Grecia,no estás sola
lunes 27 de junio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

  Cuando era pequeño recuerdo que los países se reunían ficticiamente en la sede de las Naciones Unidas, allá lejos, en Nueva York, y unas gentes que decían representarnos sentaban sus culos en unos mullidos butacones de cuero con un cartel sobre la mesa y aprobaban medidas extrañas. Lo mismo declaraban la guerra que luchaban contra el hambre en el mundo o se compraban y vendían cosas. A mí me parecía todo muy raro, porque lo que ocurría en aquella sala tan enorme al final poco tenía que ver con lo que pasaba en la calle. Los mendigos seguían pidiendo en la esquina un puñado de monedas, los tenderos continuaban abriendo sus puestos en el mercadillo y los coches circulaban por las avenidas ajenos a las medidas que tomaban allí. Sólo cambiaba el diseño de los electrodomésticos, el corte de los vestidos y el número de ceros que tenían los billetes de banco.

  Ahora me he dado cuenta de que las naciones se hablan direc-

tamente entre sí, como si la tierra, húmeda o seca, tuviese la capacidad de mover las rocas y emitiera sonidos alegres o agónicos. Ya no se necesitan carteles ni banderas para que las gentes sientan el dolor de otras gentes, nos llegan las imágenes de otros pueblos y podemos contemplar que su pelea es la misma que la nuestra porque sus rostros reflejan la misma consternación. Siempre ha sido así, aunque nos hicieran creer que ocurría algo distinto. Basta con abrir un libro para comprender que cualquier drama, por lejano que se nos antoje, puede pasar en el mismo bloque de pisos donde vivimos. Las aspiraciones de las personas son muy sencillas: salud, llenar la tripa y amar, lo verdaderamente raro en este planeta es la codicia, la competición y la conquista. Poca gente disfruta sometiendo y arruinando la existencia de los demás.

  Ya no damos ningún crédito a lo que nos cuentan los jefes. Han perdido credibilidad. La vida corre por un camino distinto al que planean, por eso escuchamos a diario las cornetas del fin de los tiempos, del caos y del desastre. Es imposible que se mantenga el disfraz por más tiempo: el sistema agoniza. Sirvió para obtener privilegios y favorecer expectativas, pero se derrumba por el peso de su propia mentira. Ha llegado el momento de ser valientes y vivir de otra manera, no queda otro remedio. ¿Podremos olvidar los mitos y las costumbres antiguas? Reconocemos que son invenciones, chismes de periódico, cuentos de radio y series de televisión, entretenimientos para endulzar la existencia miserable que un puñado de locos nos tenía preparada. Pero no va a ser fácil. Los pueblos se hablan sin intermediarios, porque la información corre deprisa por las rendijas de esta red y lo hace con tal sinceridad que pone los pelos de punta.

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