El Cuaderno de Sergio Plou

      


viernes 27 de febrero de 2009

A como dé lugar




    La imagen del «bolígrafo» que adjunto en esta cronica no es un útil de escritura sino más bien un aparatillo similar al que utilizaba un doctor de ficción en la serie televisiva de «Star Trek» para resucitar moribundos en la «Enterprise», esa nave estelar que surcó el proceloso universo desde que servidor era un nene, allá en el pleistoceno superior, hasta hace cuatro días. A este trasto lo denomino el «pringón». Aunque su nombre de marca responda al de «Pain Gone» lo cierto es que me gusta castellanizar los anglicismos y anglosajonizar los españolismos—es inevitable, me subyuga redundar en lo absurdo— y tan curioso lapicero, que se vende por ochenta euracos en las ortopedias más selectas y por encargo, acentúa las innatas cualidades baturras de esta tierra en cuanto a surrealismo se refiere.

    Al igual que ciertos ungüentos contra los mosquitos, comercializados en droguerías mañas, que repelen insectos y hasta seres humanos incluso en ámbitos amazónicos, el pringón hace la misma mella en estos pagos por su versatilidad, sencillez y honestidad comerciales. Parece que me pagan por hacer publicidad, pero reconozco que semejante cacharro te deja sin argumentos intelectuales. Es un artefacto capaz de acabar no sólo con su enemigo natural, el dolor, sino con la farmacopea moderna. Entre otras razones porque no tiene efectos secundarios. El único fallo que reconozco es «postural». No es que produzca lumbalgias, es que te ves apretando el utensilio en posiciones inverosímiles, ajeno al ridículo que despertarías ante miradas curiosas y comprendiendo que no guarda ninguna lógica darte con un bolígrafo en el cogote y que se te pase una migraña. La medicina basada inyecciones y jarabes está perpleja y financieramente preocupada. ¿Se le está acabando el chollo?

    Ojalá. No estamos ante un invento aragonés, ya lo advierto a los prejuiciosos, aunque desconozco si es alemán o antillano simplemente resulta efectivo y simplón, de uso tópico. Y cuando escribo «tópico» me refiero a que se trata de encender y apagar el bolígrafo sobre la zona afectada cuantas veces sea menester, al menos hasta que termine el sufrimiento. No hay peligro de laceraciones subcutánes, a no ser que carezcas de sensibilidad o te meta marcha. El boli carece de mina. Es más, su punta es absolutamente roma. Se escucha un clic cada vez que pulsas el artefacto y allá te las den todas. Eso sí, no dura siempre. Para que se evapore un dolor de cabeza de lo más corriente bastan con quince o veinte metidas de lapicero en la frente, en la nuca o donde requieras analgesia. No hay que ser licenciado en exactas para utilizar el pringón. Es más, creo que resulta contraproducente tener estudios superiores para acometer esta tarea porque el manual de instrucciones del aparato hace una somera incursión por el mundo de la acupuntura, habla de cristales y desprendimiento de endorfinas, deja claro que no cura las enfermedades pero documenta cómo termina con el dolor. Una vez que desaparece la molestia empiezas a hacerte preguntas y no comprendes un carajo de lo que está ocurriendo. ¿Cómo es que un cachivache tan simple acaba con un dolor de cabeza y media caja de aspirinas no sirvan para nada? ¿Magia potagia?