Abnegadas y puteros
viernes 14 de marzo de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Nunca se sabe lo que resulta más patético, ¿el político al que pillan de putas, la puta en cuestión o la abnegada esposa del interfecto? No merece la pena entrar en moralinas. Un defecto de la época digital es que hay que imprimir los artículos de internet para poder leerlos en el váter, porque llevarse el portátil a una zona tan noble resulta incómodo. Este tipo de noticias, sin embargo, merecen ser estudiadas allí con todo detenimiento y sacarlas de este contexto complica sobremanera su adecuada comprensión. No es de extrañar que un buen número de usuarias norteamericanas de la red se muestren sorprendidas por la conducta de la esposa del ex gobernador de Nueva York, de la misma forma que hace ya unos cuantos años se quedaron a cuadros con la actitud de Hillary Clinton durante el jacarandoso episodio de la becaria y su presidencial marido. Lo que no entienden es que el ex gobernador y el ex presidente no se hayan convertido en simplemente el ex de cada una de las mujeres afectadas. Las estadounidenses asisten impertérritas y al mismo tiempo indignadas a la penosa e hipócrita escena del reconocimiento del marrón. Ven al gobernador tragándose el sapo delante de las cámaras junto a su abnegada esposa, que le mira de refilón sin decir esta boca es mía pero con ganitas de pretarle el cuello. Sus votantes no sólo se preguntan cuándo llegará el día en que las damas en cuestión dejarán al merluzo con un palmo de narices frente a la tele, sino que también escriben al respecto en todo tipo de blogs, clamando al cielo para que tan lamentables situaciones no vuelvan a producirse. ¿Por qué las parejas de los cargos públicos deben asistir como combidados de piedra al instante en que sus maridos reconocen en público haberles sido infieles? A mi juicio, no creo que irse de putas sea una infidelidad. Podrá considerarse como tal si ocurre una o dos veces en la vida, pero hay hombres que sólo mantienen relaciones en los prostíbulos. Este tipo de actividades sexuales dejan a la altura del barro al mochuelo en cuestión, que a su vez pone en entredicho a su compañera sentimental. Sobre todo cuando ella se entera por la Prensa. Si la esposa aparece delante de las cámaras con el político es para rendir explicaciones al respecto. Para afirmar, por ejemplo, que lo sabía y que estaba de acuerdo. Ella sabrá la causa. Pero si no está de acuerdo con las prácticas de su maridito y calla, está sufriendo una doble humillación al asistir a su machote en semejante trago. Porque no es lo mismo liarse con la becaria que contratar los servicios del Club Emperador, un burdel de alto copete. Ambas secuencias son tan miserables que hablan por sí solas, pero son distintas y no cabe confundir la infidelidad con el puterío. Los puteros no entienden estos conceptos. Dividen a las hembras en putas o madres y en lugar de cabeza tienen una noria. Por eso estas noticias deben ser analizadas bajo la óptica del retrete. O en la consulta del psiquiatra.

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