Ajustes y enmiendas
viernes 20 de junio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El croquis de Zaragoza está caduco en los buscadores, así que Google va a fotografiar la Expo desde los cielos durante estos días. Los jefes, que están al quite de la publicidad, han mandado acondicionar los tejados apresuradamente con atractivos eslóganes y sus correspondientes logotipos municipales. Acabo de enterarme esta mañana en el pabellón Siglo XXI, desayunando tan ricamente después de echarme un chapuzón, mientras los voluntarios del botijo —léase del Faro— almorzaban en el bar. Allí les meten una charleta de tres horas y los encarrilan al meandro echando leches, para que no diga la peña después que están en la inopia. Los voluntarios se queman pronto, así que son de quita y pon. Ya se les ve al punto de la mañana con la tirilla azul colgando del cuello por el Actur y acercándose hasta Ranillas. Esforzados e ingenuos como ninguno, los voluntarios hacen lo que pueden en el medio hostil del sarao internacional pero se despistan con el vuelo de una mosca. Don Roque, que no da abasto, viendo el panorama les ha encasquetado a la chavalada de los colegios, para que los vareen y se desfoguen, para que hagan tablas. No se pierden muchas criaturas al cabo de la jornada pero los padres y los maestros se desbordan por la sofoquina, los nenes se capuzan en las fuentes y resultan un latazo, así que hay que domarlos. Ahora que los jefes hacen caso de la más mínima insinuación, por aquello de cumplir con la ISO 9000 o la excelencia de la EFQM, ellos sabrán, podrían atar a los nenes como castigo a los tótems y hacerse de oro después vendiendo sombrillas de papel —que son muy sostenibles— a sus respectivos pastores. Y es que la peña se queja del hormigón y del solarium, de las interminables filas con el pañuelito de cuatro nudos enroscado en la sesera y de lo caro que está todo. Menos mal que han abierto otra vez la catarata del Acuario y los aborrecidos se lanzan al charco inmediatamente, sólo de pensar en lo que puede ocurrir cuando llegue agosto se derrumbarían sobre la losa igual que una colilla. El público de mediana edad, al que tanto echan en falta en los pabellones, se dará un garbeo este fin de semana. Estamos a finales de mes, ya saben, y una forma como otra cualquiera de pasar el sábado es ir amortizando las entradas. De la misma manera que los jugadores de los casinos están de enhorabuena, porque los ricos de Gran Scala reaparecen en escena, saludan a su entrañable público y aseguran que van a ser buenos chicos, los mandamases de la Expo, muy concienciados con la contaminación acústica, han decidido adelantar el horario de las actuaciones nocturnas. Los crápulas que adquirieron el bono de la noche, sin duda esa peña que no madruga, se ven estafados por el cambio y comienzan también a protestar. Es notorio que en este país quien no llora no mama, sin embargo resulta muy complejo contentar la farra y el sueño al mismo tiempo, de modo que el ínclito don Roque tendrá que asistir a un cursillo rápido de encaje de bolillos si no quiere que los noctámbulos se pongan farrucos. No me explico todavía qué hace el cronista oficial del meandro, nuestro ilustre vecino el señor Buesa, que no escribe una línea sobre tan magno evento. Que sólo existan cinco espacios para arrojar el mítico vaso de Fluvi al cubo de la basura reciclable merecería al menos un renglón. Mientras el canal de Aguas Bravas no es tan bravo como se vende, la revista Elle coloca hoy en los kioskos miles de ejemplares de su «Eco-blue». A costa de la Expo enseña allí sus nalgas la Pataky y otras nueve mozas más, quién nos iba a decir que la conciencia solidaria depende ahora de la firmeza en los muslos o la tersura de la piel, pero es que la industria cosmética reclama su trocito de tarta en el pastel. Cada día que pasa está más claro que la Expo apuesta por el negocio más que por la ecología, de hecho los nepalíes, que tras echar a su rey del palacio tienen que amortizar la república a marchas forzadas, han convertido su pabellón en un zoco así que los nigerianos, cuando abran, lo mismo clavan en la puerta un surtidor y unas cuantas latas de gasofa. Es lo que hay, para qué engañarse. El Parque de las Bolas, en el pabellón de España, era un peligro. Llenar una sala con millares de pelotitas no provocaba que las visitas sentaran la cabeza, sino que se la rompieran literalmente contra el suelo, de modo que los arquitectos han echado el candado y se han bebido 36.500 litros de agua cada uno de una tacada. Esta es la cantidad de agua que, según han calculado en el botijo los del Faro, cuesta aprender a leer. Aunque no hicieron las cuentas de lo que deshidrataría clavarse entre pecho y espalda un libro de mil páginas, sobre todo si es de Antonio Gala. El popular escritor, que encontró la ciudad igual que una «criatura húmeda y caliente», se apareció por el Ágora del meandro para leer un manifiesto, preludio de su nueva novela «Los papeles del Agua», que nos venderá por aquí en agosto.

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