El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 8 de abril de 2011

Anécdotas del capitalismo líquido




  «El nuevo consejero delegado de Lloyd's Bank cobra 4.000 libras por hora y yo 7, ¿es justo?» Este comentario lo deslizó en Facebook, refiriéndose al sueldo de su jefe, una oficinista de Essex que no tardó ni un par de horas en ser puesta de patitas en la calle. La mujer, de 37 tacos, que no es ninguna criatura, acababa de firmar un contrato temporal de siete días de duración que —sorpresa, sorpresa— no le fue renovado, así que técnicamente tampoco fue despedida. Tan sólo acabó su colaboración. Es un ejemplo más de lo que se denomina «capitalismo líquido» o «modernidad fluida», y que figura entre las fantásticas prioridades de adaptación universitaria al llamado «Plan Bolonia».

  Según describe el texto «Estrategia Universidad 2015», elaborado por el gobierno socialista que aún manda en Spain, «¿responden las instituciones educacionales a las expectativas de los empleadores de contar con personal dotado de una específica moral del trabajo —disciplina, responsabilidad, compromiso, productividad, disposición a cambiar y sin embargo mantener la lealtad con la empresa?» La respuesta a tan estúpida (como mal escrita) pregunta es que no responden a las expectativas, efectivamente, ni siquiera en aquellos países donde no necesitan aplicar el «Plan Bolonia», porque ya es de uso cotidiano desde hace años.

  Las universidades del Reino Unido no son eficientes para los jefes. No hay más que ver lo que ocurre luego con los empleados, que airean los trapitos sucios y se van de la lengua en el Facebook. Esta deslealtad con la empresa refleja una disciplina torpe, amén de una falta de responsabilidad y compromiso que hablan por sí solos. Lo único que resta por saber es si Stephanie Bon, que así se llama la despedida, presenta alguna disposición de cambio para futuros trabajos (una «cualidad» a la que los católicos se refieren como espíritu de enmienda) o ya no gozará de ninguno. Nadie sin embargo cuestiona la justicia de cobrar cuatro mil libras a la hora (más de 4500 €). Se da por sentado que un sujeto que se levanta semejante fortuna en sesenta minutos consigue el doble o el triple para la empresa donde trabaja, en este caso el Lloyd's Bank.

  No podría ser de otra forma, porque el Lloyd's se unió al Halifax y al Banco de Escocia y aún con todo tuvieron que ser rescatados por el gobierno británico en 2009 con la friolera de 17 mil millones de libras. Parte de las cuales se van en pagar el sueldo del jefe de Stephanie Bon. El «capitalismo líquido» es así de majete. Necesita universitarios bien preparados, que curren a todo trapo, por cuatro perras y en cualquier sitio del globo. Y que además cierren la boca, por supuesto. No me extraña que la presidenta de la comunidad de Madrid quiera enfocar a los más listos desde el bachillerato. Hay que estar preparados para el «Plan Bolonia» y nada mejor que ocuparse de la cantera. La juventud es el futuro, tal vez el futuro expoliable, pero los demás somos tan prescindibles que en el peor de los casos podemos ponernos a «recolectar» cobre. Incluso en ese caso nos conviene tener algún tipo de estudios, no sea que al cavar nos llevemos por delante las conexiones de fibra óptica y acabemos en la trena.

  Eso exactamente es lo que le ocurrió ayer a una abuela de 75 años, que segó un cable y dejó sin internet a toda Armenia durante cinco horas. Si hubiese querido sabotear a la compañía telefónica seguro que no lo hubiera hecho mejor y sin embargo no se le ocurrió quejarse en el Facebook. Seguramente no sabe ni cómo se utiliza. Nada se sabe tampoco del paciente sevillano que abandonaron ayer en el Centro Médico de Diagnóstico de la Imagen, sito en la isla de la Cartuja, donde se montó la Exposición Universal. Por no saber se desconoce hasta el nombre del individuo. Lo introdujeron en la máquina de resonancia magnética, le dijeron que contara hasta cien y cuando iba ya por dos mil quinientos, pensando que se trataba de alguna broma o que lo estaban filmando con la cámara oculta, se deslizó por el tubo a hurtadillas. Para entonces eran ya las diez de la noche y el centro médico había cerrado, de modo que tuvo que llamar por teléfono a Urgencias para que vinieran a rescatarle. El «capitalismo líquido» es muy prolijo en anécdotas y nunca terminará de sorprendernos, así que conviene prestar atención a sus contradicciones. Seguro que extraemos alguna lección.