Aquellos años tan imposibles
Crónicas
© Sergio Plou
sábado 16 de febrero de 2008

     Acabo de echarle un vistazo a la entrevista que le ha hecho Joaquín Carbonell a José María Valtueña, pintor de profesión, y que en su momento regía el bar BV 80, al que califican ahora de mítico. El BV 80 estaba enclavado en la calle doctor Palomar, en los enredados confines del barrio de la Magdalena, donde se levantó sobre sus cenizas La Vía Láctea, convertida después en asociación cultural. En aquella época - Pleistoceno Medio - la zona era completamente diferente a lo que hoy parece, y eso que ya no representa ni la mitad de lo que fue hace una década. Las modas en Zaragoza son efímeras de verdad y el BV 80 apenas duró tres años. De su vida, si la memoria no me falla, recuerdo haberme comido al menos un mes. Casi enterito. Se vivía un momento rancio en la ciudad, tan chusco que ni siquiera existía La Estación del Silencio, que ya es decir. Los bunburios, los krahe y los sabinas de turno no tenían donde caerse muertos así que acababan como piojos en el 80 porque no había otro sitio. La gente más recuéncana salimos de las alcantarillas culturales a dar la brasa en aquel antro. Actuábamos a porcentaje de las consumiciones, porque era imposible vivir del trabajo artístico, como mucho podías fumar y tomarte una copa. Además siempre había problemas con el vecindario a causa de los ruidos. Incluso cuando había teatro, que es especialmente decibélico en comparación, por ejemplo, con la música rock. Para no perder más dinero tenías que armarte de valor y representar el espectáculo tres o cuatro veces al día: función de tarde, noche y madrugada como poco. Menos mal que llevábamos para la ocasión una pieza adaptada al café-teatro, "Amor y Crímenes de Juan Pantera", de Eduardo Blanco-Amor. En un ambientazo de humo y parloteo, a pleno pulmón, que los micros eran para los músicos, abandonábamos el microescenario para actuar directamente entre las mesas. Era una caña, porque venía al garito lo más granado del patio. Desde los intelectuales más choriceros de la ciudad al propio lumpen del barrio. No era el Plata, claro, pero según qué días se daba un airazo.Todavía recuerdo la bufa emergente de los camerinos, el olor a moho y a tubería revenida. Llamarlos camerinos es un eufemismo, pero visto con perspectiva el bueno de Valtueña se lo curró a conciencia. Entre otras razones porque el encefalograma era totalmente plano, más lineal que ahora, que ya es mucho. Y mira que me he tragado tascas de lo más inmundas.
     Si a principios de los años ochenta me hubieran dicho que el BV, con el trascurso del tiempo, iba a ser etiquetado como un mito de la "movida zaragozana" se me hubieran puesto los pelos como escarpias, porque la única movida de esta ciudad consistía en abrirse de aquí cuanto antes. Lo mítico de antaño reside sin duda en los ojos de algún intelectual venido a más, un observador nostálgico que extraña sus años de juventud arrastrada, sus melopeas y cabreos a la hora de salir adelante. Nos agarrábamos unos mosqueos de espanto con Valtueña porque nos rateaba los cuatro duros que se ganaba el gachó poniendo copas a una basca de impresentables. O se quedó colgado en aquella cueva o en el fondo debía tenernos cariño. No se explica de otra manera. La obsesión le condujo a escribir durante cinco años sobre el BV 80 y a recopilar información sobre aquél torzón tan intenso que por poco desgracia a toda una generación de artistas locales. Cuando asegura que lleva cuatrocientos documentos abiertos y un número alucinatorio de entrevistas - total, para contar los mil días de vida de un garito dejado de la mano de Dios -, yo me lo creo. Supongo que para asumir de alguna forma la avalancha de actividades que granizó en tan poco espacio y en tan poco tiempo en los inicios de aquella década, hay que tomárselo con ganas y mucha paciencia. Tanta como derrochó entonces. Sólo le falta ahora conseguir un editor.

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