Artimañas
miércoles 13 de agosto de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Escribir sobre política internacional se está convirtiendo en algo parecido a narrar un relato de ciencia ficción. La realidad se desarrolla en tres planos —el tradicional patriótico, el económico y el social— y según la capacidad intelectual de los lectores se investigan e interpretan las acciones de los interesados en cualquier conflicto desde estos campos. Rara vez se atiende a los tres por la complejidad de sus explicaciones. Cuanto más cerca se está del lugar donde trascienden los hechos, más simples son los documentos y se responde siempre desde el esquema patriótico. En el Cáucaso se habla ahora mismo de buenos y de malos, justos y pecadores, asesinos y víctimas, como si no existieran dudas, flecos ni intereses. La manera cómoda de acercarse a una guerra es desde el terreno social, cualquiera comprende que allí están muriendo las personas y entre ellas las mujeres y los niños, que son las más inocentes. Pedir que las armas dejen de tronar por esta causa sencilla es de sentido común. Otra cosa es entender por qué ocurre una guerra y se masacra a la ciudadanía, por qué se moviliza al ejército y se precipitan los infortunios en una zona concreta del globo.
    Las banderas y los sentimientos nacionalistas se utilizan de excusa para romper la paz, son la venda que nos cubre los ojos y nos impide acceder a la verdad oculta, las razones y las causas, generalmente muy alejadas de los verdaderos intereses del común de los mortales. Por eso nos cuesta creer que el asesinato de nuestros semejantes se produzca por dinero, es más fácil pensar que se debe al odio ancestral entre las etnias, las lenguas y los trapos que izamos desde los mástiles. Sin embargo todo vale para quedarse con los bienes ajenos, todo es útil cuando se persigue un fin monetario.  En el Cáucaso, salta a la vista que la gran tubería de petróleo que atraviesa Georgia desde el Mar Caspio hasta el Mar Negro no pasa por territorio ruso, y por lo tanto no es controlada por Gasprom, la multinacional moscovita sino por la British Petroleum londinense. Si uno quiere apropiarse del oleoducto sólo tiene que azuzar los problemas en Georgia. Este país goza de un buen número de conflictos en marcha, desde Abjasia hasta Osetia pasando por sus propios entramados políticos y económicos, donde el establecimiento de las mafias es patente. Tienen frontera terrestre con Armenia, Azerbaiyán y Turquía, marítima con Ucrania y además son vecinos de los rusos. Para entender este laberinto, donde nació Stalin y el último ministro de asuntos exteriores de la extinta unión soviética de Gorbachov, tenemos que conocer algo sobre Historia Antigua, saber de los pueblos mingrelianos, osetios, abjasos y de las diez variedades lingüísticas que hablan sus cinco millones de habitantes. Georgia es un crisol excelente para montar una buena gresca alrededor de un tubo negro que manejan los ingleses, el único que no controla la multinacional rusa de la zona. ¿Quién empezó la guerra? Esta es la clásica cuestión que permite cualquier desmán, pero la respuesta es otra pregunta: ¿a quién beneficia? Siempre se frotan las manos muy pocos accionistas y suelen estar muy lejos de donde se reparten los tiros y se derrama la sangre. Si algo sabemos de ellos es que no tienen ningún escrúpulo y que rara vez pierden. Los demás, mientras tanto, hablamos de patrias y de banderas, de cadáveres y de asesinos. Ellos sólo cuentan los billetes y emplean cualquier artimaña para aumentar sus beneficios. Hasta el Mossad tiene una pierna firmemente asentada en el Cáucaso. Hasta la industria de armamento del estado israelí está en una postura incómoda, pues vende material pesado de guerra al gobierno de Tiblisi. Aunque no es la única. Ni la última en hacerlo.

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