Bla, bla ,bla
viernes 14 de septiembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Una de las muchas cualidades que tampoco se enseñan en la escuela tiene que ver con una simpleza: hablar en público. El alto sentido del ridículo que sentimos cuando hay que expresarse fuera del ámbito privado casi siempre suele ser proporcional a la ausencia de conocimientos. La oratoria, como todo en esta vida, se aprende. A una sociedad libre, y por lo tanto responsable, le conviene que sus ciudadanos puedan enlazar argumentos y contrastar la realidad, pero también exponer sus ideas y manejar estrategias para intentar convencer a sus semejantes. No hay nada como asistir a cualquier asamblea de una comunidad de vecinos para darse cuenta de que no sabemos hablar en público y que además nos importa una higa. Los resultados son evidentes.
    Observemos a dos personas de un mismo partido político, distinto sexo y edad, que meten la gamba en dos apariciones públicas e intentan sacarla después con cierto desparpajo pero con desigual fortuna. La mujer es portavoz de Educación del PSOE en las Cortes de Aragón. El hombre es consejero de Agricultura. La primera se estrenaba ayer ante los micrófonos y el segundo ya lleva un tiempo ante las alcachofas, sin embargo tanto la novata como el veterano cometieron el mismo error: un exceso de confianza. Isabel Teruel subió al estrado completamente alborozada, encantada de haberse conocido y Gonzalo Arguilé llegó al púlpito de la comisión sin pensar dos veces lo que estaba diciendo. Con los que empiezan se tiene poca mano izquierda, así que el resultado de tanta extroversión le va acostar el puesto. Al que tiene más experiencia le hicieron escribir una rectificación, de modo que tiene todos los boletos para no estar estar en el gobierno autónomo el año que viene. No se puede hablar al pedo igual que se canta en la ducha, creyendo que nadie te oye o pensando que lo que sale de tu boca no tiene mayor importancia. Quien haya asistido a los debates que mantienen los cargos públicos en cualquier institución se habrán aburrido hasta el punto de no repetir la experiencia. Aunque parezca mentira, tendría que ser de otra forma. Máxime cuando a los políticos se les presume cierta vocación. No basta con elevar el volumen de la voz o no forzar la garganta, tampoco resulta interesante dormir a la audiencia hasta que se olviden de ti. Saber dónde estamos, quién tenemos delante y para qué hemos ido a tal o cual sitio, no sólo evita que perdamos el tiempo, ahorra los malos tragos y potencia a los individuos.

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