Cálculos centesimales
lunes 10 de agosto de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    En las negociaciones que se llevan entre manos los jefes y los sindicatos para decidir los sueldos del año que viene, los porcentajes apenas bailan un punto arriba o abajo. Los periodistas le han preguntado al presidente de la patronal su opinión al respecto, y como era previsible ha comentado que los salarios —como mínimo— tendrían que bajar un 1%. Se trata de un número ridículo, pequeñajo, de los que apenas duelen en la cartera. Si empezamos con una cifra simbólica, lo peor que ocurriría en las cuentas de cualquier negocio es que tan minúsculo granito de arena, sumado con paciencia al resto de la plantilla, constituyera un pellizco majete para los directivos. Los muchachos de la oficina tienen derecho a cobrar el plus y de algún sitio tienen que salir los sobresueldos.
    Los políticos conservadores están copiando «la mentalidad friki» para quitarse de encima el lastre de la corrupción y los pleitos. Haciéndose los locos, diciendo que viven en un estado policial y que sólo los persiguen a ellos —pobre gente—, pretenden evadir sus responsabilidades penales. En cambio los dueños de las empresas más fuertes acaban de descubrir lo interesante que es el comportamiento de los hackers.
    En los albores de la era digital, cuando los ordenadores entraron a saco en los bancos, los piratas informáticos comprendieron lo rentable que era mangar unos céntimos de cada libreta de ahorros y engordarse con ellos la cuenta corriente personal. Unos céntimos no empobrecían a nadie, pasaban de puntillas a la hora de hacer balance y en el peor de los casos podían tratarse como errores contables, de modo que instantáneamente se anotaban los fallos como quebrantos de caja. Pero si reunimos todos los céntimos juntos en un sólo depósito a plazo fijo te resuelven la vida de un plumazo. Es una vieja táctica.
    Las entidades financieras, sin ir más lejos, fueron las primeras en aplicar gastos idiotas a sus clientes. Cincuenta céntimos por el correo, otro tanto por gastos de mantenimiento y así, tacita a tacita, cliente a cliente, la cifra engorda que da gusto verla. El jefe de la patronal comprende que hay que reducir los gastos como sea y bajando los sueldos un 1% queda una bonita cifra que bien podría destinarse a pagar las bonificaciones de los altos ejecutivos. No es todo lo que hace falta, pero es un principio, al fin y al cabo estamos hablando de ñapas. O lo que es lo mismo, del «corta y pega». El trabajo de los empresarios a menudo se reduce a quitar de un sitio dinero para ponerlo en otro, con la esperanza de que se multipliquen los billetes y estén contentos los accionistas. Diversificar los riesgos en un fondo de inversión o en una cuenta numerada de un paraíso fiscal es un capricho que no está al alcance de cualquiera.
    En un interesante artículo de Josep Borrell, que hoy aparece publicado en varios rotativos peninsulares, se hace un énfasis especial en la falta de ética de las corporaciones y multinacionales que pueblan el planeta. El tan cacareado fin de la recesión económica parece que no está sirviendo para nada, porque las grandes empresas y entidades financieras campan de nuevo a sus anchas y sin ningún pudor. Es del género idiota, por ejemplo, que en Francia se haya fundido el gobierno más de cinco mil milones de euros en salvar de la quiebra al Banco Nacional de París y que ahora se vayan a pulir los dueños de esa entidad la quinta parte —mil millones— en pagar sobresueldos a sus directivos. No me extraña que suba la Bolsa y el petróleo, porque otra vez tienen los jefes un capitalito para ir gastando. El problema básico es que estamos pagando a una serie de mastuerzos sin ninguna conciencia para que se forren a nuestra costa. Y de seguir así, el siguiente topetazo económico será tan grande como imposible de resolver.
    El mundo empresarial se ha jactado siempre de estar desarrollando una labor social, en cuanto a la creación de empleo se refiere, pero si vienen mal dadas advierten que sus logotipos no representan a ninguna ONG. El rostro humano de los negocios es como las caras de Bélmez, hoy parecen una cosa y mañana son otra. Copiando la actitud adolescente lo mismo se creen con derecho a todo que se desprenden de la necesidad de ofrecer explicaciones. Hacen y deshacen como les viene en gana. Hoy quieren rader el 1% de todos los sueldos y mañana que paguemos a escote sus deudas. Y si fuera además a fondo perdido, querrían el doble.

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