Ciclotimia
Crónicas
© Sergio Plou
sábado 24 de mayo de 2008

      Cuando me siento un poco bajo de tono suelo decir que sufro una ciclotimia. Aunque no estoy en tratamiento, que yo sepa. O no funciona, que a la larga es lo mismo. A mis propios ojos sigo siendo tan natural a mi persona como antes de pasar por la consulta de una sexóloga. Tan predecible que me preocupa, pues no me considero un individuo frecuente ni tan poco extraordinario como los sujetos conservadores, los que hacen gala de ser normales frente al resto, seguramente anormales o subnormales para su corto entendimiento, incluso paranormales en potencia. En mis delirios de grandeza no me imagino triunfando allende los mares sino vegetando en alguna residencia para inadaptados sociales el resto de mis días y la verdad es que, llegado a este extremo, mi conciencia se tranquiliza bastante. Así que algo está fallando. Recuerdo que mi ex, a propósito de mis caídas de moral y mis caldos de olla, estaba convencida de que la manera que tenía yo de levantar cabeza era haciendo polvo a la gente que tenía a mi alrededor y esmerándome después por animarles la existencia. Nunca compartí semejante opinión, de otra manera no se me hubiera ocurrido contárselo a mi compañera sentimental. Al contrario, habría esperado a ver si ella extraía también las mismas conclusiones o pergeñaba nuevas variantes. No tuve tiempo de comprobarlo porque asumió como válida tamaña conjetura. Supongo que es mucho más cómodo. Desde entonces, si me vengo abajo, me suelta con gracejo que no puede hacer nada al respecto. Apenas le comento pues mis tristezas, no vaya a ser que se deprima y tenga que socorrerla. Me vería obligado a convertirme en un rayito de sol en plena noche, lo que suele provocarme una amargura tremenda. Los hombres en general somos más simples que un matojo de habas. Todo son estrategias para ver si mojamos el churro, pero es un asunto tan ordinario que resulta deprimente reconocerlo. Nos pasamos la vida dando saltos entre la espesura con la esperanza de que la moza de nuestros sueños caiga en arrobo y acuda rauda a echarnos un kiki. Después de llenar la panza, la sexualidad es fundamental en los seres humanos, pero en las ciudades y bajo las constantes exigencias del trabajo, se relega el cariño en las parejas estables a un lugar extraño, confuso y casi siempre aleatorio. En estas condiciones de estrés resulta sencillo que te parezca más atractiva cualquier persona que se cruce en tu camino de manera casual que la que tienes a dos palmos de tus narices, entre otras razones porque cuanto más cerca la tienes es justo cuando se apaga la luz y comienza el sueño. Sexualidad y cariño ocupan un espacio ridículo en las parejas heterosexuales de la península. Me refiero a las que están bien avenidas, porque el resto, por muy casadas que estén, son una sociedad anónima cuyo mayor proyecto es pagar la hipoteca, el colegio de los nenes y la residencia de los abuelos. Cuando en la pareja se esfuma el deseo comienza a crearse una pendiente que acaba en la separación. Desconozco si es triste o es el destino más frecuente, pero las mujeres siempre se quejan de que los hombres se las buscan más jóvenes. Les mosquea mucho porque no se sienten deseadas. Nunca me he sentido afectado por tal acusación, tiendo más bien a compartirla, aunque reconozco que me resultan lejanos sus reproches de género en cuanto a la progenie. Entienden el compromiso como una lealtad que comparte aficiones comunes, siendo la crianza de los churumbeles la más habitual. La mayor parte de los esfuerzos de una pareja, bajo esta óptica, se tendrían que dedicar a estabilizarse económicamente para proyectar a la prole. La diferencia entre un matrimonio y una pareja, sin embargo, es la cantidad de individuos que pululan por el domicilio. Y si hay más de dos estamos hablando de un trío. Las parejas que se convierten en matrimonios te cuentan enseguida que la llegada del nene o de la nena te cambian la vida. No es nada nuevo para mí pero, ¿puede convertirse una pareja en un matrimonio sin necesidad de casarse ni de tener críos? ¿Incluso teniendo cada uno su propia casa? Muchos noviazgos entre jovencitos me provocan esta lamentable impresión. Veo que no se entienden, que discuten por simplezas y que se aburren juntos. En esta época tan posmoderna que estamos viviendo, tal vez la condición natural de las personas sea la de ir a su pedo y sin complicarse la existencia, ocurre que el amor tiende a soldarnos como el pegamento y durante estos días vengo dándole vueltas a estos asuntos para ver si encuentro una solución a tantas sandeces que revolotean por mi sesera y me mantienen distraído, difuso y sin ganas de dar un palo al agua. Estaré sintiendo sin duda una emoción volátil y pasajera porque si algo tengo claro es que no me apetece tomar medidas de las que luego pueda arrepentirme. Igual es la cacareada crisis de los cuarenta, esa que nunca llegaba y que al final aparece. No lo sé, tengo mis dudas. Pero me resisto a abandonar la idea de que una pareja, completamente libre y sin otras ataduras que las de su propio afecto, desafine en las mismas simplezas de siempre.

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