Colmos
jueves 4 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Ahora que Alex de la Iglesia, el director de cine que aspira a convertirse en el próximo jefe de la academia, confiesa que también se ha descargado algunas películas de internet, podemos afirmar que el mundo no se dibuja en blanco y negro. Tampoco y exclusivamente es a todo color, tendríamos que contemplarlo más bien con todo detalle y conservando su esencia. O sea, en alta definición. El artista, por lo que cuenta, no está en contra de bajarse unos cuantos largometrajes, lo que le fastidia es que sean de una factura tan pésima. Que se oiga a la peña tosiendo o mascando palomitas en el asiento de al lado y que la imagen sea un desastre se le antoja una pena. Y tiene razón, pero no cae en la cuenta de que los consumidores de cinematografía gratuita se dan con un canto en los dientes. No piensan en lo que se pierden, sino en lo que se ahorran. Si cuidas la lorza y compras chorizo de pavo, descubrir al final que contiene una décima parte de tocino no es ningún escándalo, ¿qué querías por el precio que estás pagando? A caballo regalado, no le mires el diente y si en vez de galgo pillas podenco no pidas la hoja de reclamaciones que te va a dar igual. Ninguna molestia compensa el melodrama.
    En el siglo que nos ha tocado rara vez merece nada el esfuerzo, casi todo es de pastel, de usar y tirar, puro trapillo... Las rebajas comienzan ya antes del verano, se liquida antes de empezar a vender, y la moda es tan efímera que la hemos visto antes de que la cuelguen en los escaparates. Ahora te puedes comprar un pijama de habas en el súper mientras pesas tú mismo una bolsa de tomates insípidos. Con las películas pasa lo mismo que con los vuelos de avión, te los bajas de internet creyendo que has hecho un buen negocio y al final desapareces en mitad del océano. Ni se ve ni se oye ni te encuentran.
    El disco duro de la naturaleza sigue siendo un misterio y el Dicasterio del Vaticano uno de los mejores chistes que se han escrito jamás. Según la universidad católica italiana, apenas se confiesan cuatro de cada diez católicos y los que se atreven a narrar al cura sus pecadillos caen en el tópico: lujuria y gula masculinas y soberbia y envidia femeninas. Ningún feligrés se siente en pecado por bajarse una peli de internet. Ni siquiera por vender falso chorizo de pavo y los políticos lo saben. Ya no hablan de los «brotes verdes» de la economía sino que hacen alarde de los billetes verdes de la corrupción, pero jamás con espíritu de enmienda. El señor de barbas, por ejemplo, dice en Valencia que votemos a su partido para dar un homenaje al caballero de los trajes. No tardaremos en oír que hay que votar a la dama de los molinos para darle un alegrón. ¿Dónde se ha perdido la caja negra de toda esta pandilla? ¿Qué hacen en su tiempo libre? De veras son así, ¿o carecen de un libro de instrucciones?

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