Contaminación acústica
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 20 de junio de 2008

     Salvo al otro lado de mi tabique, donde ya tenían bastante con lo suyo como para meterse en más, todos los gremios estaban en Ranillas. Han debido de terminar allí con la faena porque comienzan un montón de reparaciones particulares en muchas casas de la ciudad. Me parece que, como anfitriones, no llegaremos a nada porque los de la ortopedia, después de atravesar mi dormitorio y echarme una paletada de masilla en la pared —con el alegre propósito de cubrir el desperfecto— se han venido arriba y han comenzado ahora a derribar la fachada. Como lo cuento. Yo creo que es contagioso, porque en toda la calle hay de nuevo tres contenedores a rebosar de cascotes: uno al principio, otro a mitad y el tercero a un par de metros de mi ventana. Reconozco que el edificio agrupa en sus lomos más de siete décadas de historia antigua pero un servidor lleva lo menos una de ellas viviendo en este entresuelo y no conoce una jornada sin decibelios. El repartidor de El Corte Inglés, un excolega del viejo mundo de los plásticos al que conozco por El Falso, suele venir cargado hasta los ijares una vez al mes repartiendo botellas de agua a la parejita del tercero. Le invité ayer a una cerveza y me confesó que no comprende todavía por qué no nos hemos puesto ascensor. Le contesté que los abuelos, en particular los teleñecos del primero, no tienen ninguna prisa. Cada vez que hay reunión en el patio reviven la guerra civil, y yo, al otro lado de la puerta, aplaudo mucho porque no me veo con la radial en la oreja mientras revientan los peldaños de la escalera. La útima excusa que puso el jefe de la ortopedia a los vecinos, y no me refiero al capitán de la cuadrilla, que es transilvano y tiene la jeta calcada a la de Bluderunner, sino al dueño del local que paga la obra, un sujeto de apellido en Zaragoza y que sin embargo actúa como un auténtico meapilas, es que las baldosas de mármol de la fachada eran un peligro. Cuando soltó la palabra «peligro», que viene del latín, arrastró todas sus letras por la garganta hasta alargar la última vocal, haciendo vibrar voluptuosamente los morros. Al ser un tipo grueso y de evidentes tragaderas, los labios se habían desarrollado en consonancia a su estómago, de modo que la reverberación salpico de saliva a los presentes, que se echaron atrás, más por asco que por miedo. Como aún así no logró el efecto que presumía, empleó una figura menos retórica y más monetaria. Para conseguir mayor impacto, bajó esta vez el volumen y advirtió que el ayuntamiento les multaría de lo lindo como cayera otra losa a la calle. Y si esta vez además le saltaba la tapa de los sesos a un peatón —que Dios no lo quiera— se iban a dejar los huevos pagando pleitos. Doy por sentado que al emplear los huevos cargó las tintas cómo sólo la gente de esta tierra es capaz. El mandamás de la ortopedia domina varios códigos, así que es más vivo y no nace. Aparte de que podría ser un fabuloso ventrílocuo y de que se da el pego de gran empresario llamando constantemente por el móvil a sus fantasmas, emplea de cuando en cuando este tipo de imágenes para impactar a los vecinos y llevarles luego como corderillos a su terreno, donde les sacará los cuartos tan ricamente. Largó el vivales todas estas menudencias a toro pasado, cuando había dejado ya la fachada de la ortopedia más pelada que la calva de un nazi y se proponía hacer otro tanto con el lado opuesto del portal, es decir, justo alrededor de mi ventanal, en las paredes exteriores de mi «loft» baturro. Mientras escuchaba la conversación de los amos con la oreja grapada a la puerta, debió sospechar el cabecilla que estaba husmeando su plan, de modo que sacó hasta la acera a los contertulios y les explicó «in situ» su próxima hazaña. Como el fulano siempre va tres pasos por delante, querrá cargarles una parte de su propia obra, salta a la vista. El problema ya no es que esté viviendo en una cantera permanente, sino que ha llegado el calor y la escalera se confunde en el polvo con el desierto del Gobi. En el desierto en cambio se respira una paz que aquí es imposible, menos mal que los curritos de la ortopedia, cuando me dejaron sin luz, hicieron un empalme y ahora el vivales está pagando una parte de mi recibo. Como han alicatado la toma resulta que el arreglo es para siempre, no todo iban a ser inconvenientes. Si a este regalo añadimos que también disfruto de una toma directa al suministro de agua, podemos decir que la contaminación acústica y las prestaciones equilibran la balanza en beneficio de mi propio desarrollo sostenible.

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