El Cuaderno de Sergio Plou

      

jueves 12 de junio de 2014

Cruzando el Rubicón




    La caspa está muy contenta porque tiene la impresión de que no hay marcha atrás. Una vez que se traspasan ciertos límites es muy complicado volver al punto de partida y el trago de votar la abdicación del rey ha sido el bache más evidente que han sufrido desde hace décadas. Y no porque los demás tropiezos fueran menores, sino más bien por su carácter orgánico. Una vez superado lo orgánico comprenden que el sistema ha entrado de lleno en fase autista y suspiran con alivio, más que nada porque se ven acariciando sus poltronas hasta que se encuentre un remedio para la enfermedad. Cualquier inconveniente, la menor de las discrepancias, podría disparar la prima de riesgo y con ella sus propias primas, así que era cuestión de arreglar pronto la monarquía para lucirla en plan novedad. Las coronaciones, igual que las bodas reales y demás zarandajas de la corte, ofrecen siempre una cortina estupenda para un gobierno en caída libre. Entre otras cosas porque cambia el foco de las miradas. Ya no es una cuestión de supervivencia, sino de agarre y ventosa. Hay que ganar tiempo y el relevo del rey les favorece.

    A mi juicio, el punto álgido de la farsa que contemplamos ayer en el Congreso no fue la irrupción de escarapelas republicanas en el hemiciclo, sino el reproche que hizo el presidente de la cámara a los diputados presentes, de toda laya, instándoles a largarse al bar si el asunto que se estaba tratando no les interesaba. No es la primera vez ni será la última en que los diputados van a su bola pasando olímpicamente de lo que se pía desde la tribuna, de modo que se solapan conversaciones mientras campan a sus anchas y el zumbido permanente de la cháchara se solapa e incluso barre el discurso del ponente, tal es su interés e importancia. Es normal que las gentes ociosas y apesebradas no sepan distinguir la importancia de un evento, pero también es lógico que a sabiendas del resultado lo consideren un trámite. Es lo que ocurre cuando un partido tiene la mayoría absoluta, que la democracia de salón aburre sobremanera. No te digo ya si además el partido de la oposición, ese invento que se sacaron de la manga para meterle un poco de marcha al parlamentarismo, vota con el gobierno el 80% de las veces. Entonces todo es tan previsible que hasta resulta feo.

    A la caspa, o a los señores del ultra centrismo, les gustaría que se reflejase más la emoción en sus conciudadanos, a los que tratan siempre de súbditos. Pero se dan cuenta que ni siquiera entre ellos se guardan respeto, por eso prefiere el presidente del congreso que los diputados se vayan al bar en vez de estar molestando. Si hay algo que caracterice a un súbdito es la pasión que demuestra hacia sus jefes y estatuas de culto, de modo que se sienten hasta útiles cuando escuchan vítores, palmas y demás berreas. Pero enseguida se atemorizan cuando les montan un escrache. Un neocón que se precie, igual que cualquier hincha, se ruboriza viendo un desfile y se queda afónico gritando vivas a la bandera, a la nación, al jefe del Estado y en general, cuando sienta ya que se repite, a lo primero que se le ocurra. Lo fundamental es soltar el ripio como si le estuvieran pagando algún sobresueldo por dejarse allí el aparato fonador. Sólo así expresa el vulgo sus sentimientos: de corazón y rozando lo castizo, mostrando el ingenio popular que tanto gusta en los telediarios y demás medios de persuasión.