Darse vidilla
lunes 10 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Después de cada puente, y desayunándome con el número de muertos en carretera, una neblina me envuelve bajo el yugo existencial. ¿Cuál es el sentido de la vida? En Bangladesh, durante la época de los monzones, el Ganges se desborda y se lleva por delante a diez mil personas. Morir allí en un accidente de tráfico es un lujo. Sin embargo, una buena depresión emocional tiene el efecto de una riada en los países nórdicos. Analizar las causas de muerte genera sangrantes agravios comparativos. No es lo mismo decir adiós pegándose un tiro en Suecia que en medio de un ciclón colombiano, pero las estadísticas nos ayudan a comprender la base de esta vieja cuestión. Preguntarse sobre la razón de la existencia indica que se tiene el estómago lleno, de modo que se puede dedicar el cerebro a la noble tarea de filosofar. Filosofando podemos llegar a la conclusión, por ejemplo, de que la propia muerte es lo que da sentido a la vida, así que existirían tantos sentidos como personas pueblan el mundo. Depende de sus muertes. Podríamos repartirlas en categorías, grupos y subgrupos para afirmar que sus destinos al nacer no eran otros que morir como lo hicieron. El modo en que estiras la pata ofrece mucha información. En la mentalidad de un cronista, la vida es una biografía. Según las profesiones se inserta un patrón de sentidos que se pone en funcionamiento para explicar la existencia. Al lado de cada individuo se adjunta también un interés. La objetividad es pues un punto de referencia, una parte de la verdad. Si queremos una respuesta completa será necesario dibujarla en varios planos del entendimiento, ¿pero a estas alturas queremos realmente una solución? ¿Acaso no se disfraza en la pregunta un simple estado de ánimo? Los animistas son capaces de hablar con su automóvil de la misma forma que los católicos se comunican con Dios y aunque sus vidas tengan diferentes sentidos acabarán encontrándose frontalmente en un kilómetro accidental, un punto negro en el plano de las carreteras, que constituirá después una cifra de víctimas, otra de causas y cientos de análisis. El destino, para mí, se dibuja a medida que se cumple, no antes. Aunque existen patentes, no se ha inventado todavía la máquina que nos permita viajar en el tiempo. Las que nos ayudan a viajar en el espacio tampoco están muy conseguidas ya que, tras un aparatoso accidente, muchas de ellas quedan reducidas a chatarra. Empezar el día observando la foto de un soberbio piñazo entre dos coches puede bajar mucho la moral. Los periódicos, según el día, parecen una necrológica de la especie. Es fácil que te preguntas entonces cuál es el sentido de la vida o de la muerte y si se te han despegado ya las legañas igual comprendes que la razón no es otra que permitir la pregunta de nuevo. Pienso luego existo. ¿Es simple? Probablemente, aunque prefiero pensar que somos gente curiosa y sensible. Gente a la que cualquier mequetrefe al volante nos puede mandar a zurrir mierdas, pero gente al fin y al cabo.

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