El Cuaderno de Sergio Plou

      


sábado 8 de septiembre de 2007

Decíamos ayer...




   Desde hace siete años aproximadamente —creo que me quedo corto—, y gracias a mi oscilante empleo en el Agujero, no había tenido la posibilidad de salir de la ciudad durante el tórrido verano y semejante estación se había adaptado ya a mi persona de tal modo que me regalaba un plus de chicharrina. Si algo tuvo de benéfico ese hondo cocedero fue su capacidad para provocar anomalías. La báscula reflejaba pérdidas, no ganancias como ahora, y el tiempo libre era un sucedáneo. Nada entonces se desarrolló con normalidad, ni siquiera el clima. Al salir de la nave industrial, recibía una sensación térmica gratificante, cosa extraña, pues en la calle parecía que el agobio no era tan grave como en el interior de aquel pozo y sin embargo se llegaba a los 39 grados con facilidad.

   El verano se había hecho para sudar a cuatro turnos y los fines de semana no existían como tal, de modo que en esta ocasión la llegada del buen tiempo, además de benévola, ha despertado la nostalgia de hacer pequeñas incursiones a Madrid, Menorca, Alhama y La Vilueña. Desde la capital a la aldea pasando por una isla y un balneario, alejando el fantasma de la ansiedad económica que oficios tan pacientes y poco rentables como el de escribir pueden llegar a generar. Olvidando las tragedias, que empezó el año con sorpresas y todavía tengo parte de la pinacoteca de mi padre manifestándose por casa, recordando que he de buscarle un acomodo. Capeando las múltiples ofertas de electricista y carpintero que el instituto de empleo me ha ido deslizando en el correo de manera incansable. Y haciendo uso de mis nuevos conocimientos sobre diseño de páginas webs y multimedia —¿por qué no?—, un sobresfuerzo al que me vi impelido tras el viaje de toma de contacto en la edificante localidad de Cuarte.