Desvelarse
jueves 14 de mayo de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Suelo tener el sueño facilón —será que no tengo mala conciencia— pero de vez en cuando me como la sandía dándole vueltas al futuro y termino por levantar mis nalgas del catre, orientar la brújula de mis pensamientos hacia el microondas y prepararme allí el clásico colacao caliente, de esta manera tan simplona confío en que regresará el sueño a mi cerebro y me repondré de una noche agitada. Aunque esta medida con frecuencia me ofrece resultados satisfactorios tampoco es la panacea y en ocasiones me dan las tantas contemplando los dibujos de escayola que hay en el techo.
    Últimamente me da por pensar en la fragilidad de la existencia humana. No ya en la mía propia que, salvo error u omisión, la veo rayana en la más absurda de las inmortalidades y tampoco por sentirme un super héroe de cómic (mis poderes a penas sobrepasan el límite de un consejo) sino gracias a mi natural inconsciencia. Desde niño he creído que fenecer era un drama humano pero ajeno y que semejante desastre, como mucho, me llegaría al alcanzar el segundo siglo de existencia, o tal vez más. Digamos pues que gozo de una mala salud de acero inoxidable, aunque no puedo evitar que me afecten las enfermedades de los amigos, lo que me conduce a un egocentrismo lacerante. Como en el retrato de Dorian Gray, la novela de Wilde, me veo longevo y más solo que la una sin necesidad de vender mi alma al diablo, así que me lo tengo que hacer mirar. Me he preguntado de dónde carajo me viene esta mentalidad, y cuando el insomnio me ataca con miedos extraños y augurios retorcidos, termino por creer que se debe a mis últimas visitas. Un par de amigas están atrapadas en las colmenas de batas blancas, interminables pasillos y microbios que revolotean por los cuartos buscando huéspedes. La primera en la Casa Grande, donde le han puesto un marcapasos y se recupera satisfactoriamente, y la segunda en el Clínico, donde siguen haciéndole pruebas para determinar el orígen concreto de sus males. Veremos cuál es el diagnóstico definitivo. De temperamento movido y pletórica de vida social, la primera de ellas relataba en su ingreso el paso por la agobiante sala de Observación como un martirio. Y la segunda, de hábito pausado y ritmo tranquilo, contempla ahora su singladura hospitalaria con redoblada paciencia y aprovechando para pensar. Lo cierto es que este frenazo en la vida cotidiana llega siempre sin avisar. Nadie se ve postrado y recibiendo visitas de amigos y familiares hasta que le toca. ¿Será que me veo cruzando los dedos?

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