El Mar Negro
jueves 28 de agosto de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Pocas veces una buena guerra es bautizada por los intereses que oculta. La que se nos viene encima esta vez no necesita de muchos ingredientes para desencadenar un guirigay de consecuencias imprevisibles. Basta un error —provocado o fortuito— para que suenen los cañonazos muy cerca del lugar donde se firmó la paz tras la Segunda Guerra Mundial. Las sociedades occidentales se encuentran en una crisis económica que se agrava según avanza el año. Hace unos días, un informe del gobierno norteamericano evaluaba el número de entidades financieras que está en situación de riesgo. La crisis de las hipotecas ha creado un pozo sin fondo en el que se evapora toda la bonanza económica generando un horizonte de franca recesión. Las grandes empresas se han acostumbrado a vivir en un desarrollo geométrico de los beneficios, donde las ganancias son insuficientes si no se multiplican año tras año, así que cualquier indicio de sostenibilidad para nuestro modo de vida es un chiste de humor negro.
    Las causas de una guerra apenas se diferencian, lo único que cambia son las excusas y no faltan indicios de que se busca una fórmula para organizar la siguiente trifulca. Cuando las partes en litigio se cargan de razones y comparan públicamente los raseros por los que miden sus actos, no sólo configuran su estrategia sino que manipulan a la opinión pública preparándola para otro conflicto. Tarde o temprano se necesitará carne de cañón y conviene que la población joven acuda al frente bien convencida. La Rusia de Putin y de Medvédev, su títere presidencial, no tuvo el menor reparo en crear el demonio de Chechenia para ajustar las clavijas del país y hacerse con un poder casi absoluto. Cualquiera que haya tenido acceso al documental sobre el Caso Litvinenko conoce los flecos más sobresalientes de una conducta mafiosa, la que permitió en Rusia el acceso al poder de una oligarquía heredera del antiguo régimen soviético. En los Estados Unidos de la familia Bush se han dando los mismos ingredientes durante las guerras de Kuwait, Irak y Afganistán, creando en el país una psicosis de miedo que sólo propicia la pérdida de libertades y la mayor impunidad  para  los  servicios de  inteligencia  estatales. Los canadienses asisten anualmente a cientos de prófugos y objetores de conciencia norteamericanos que huyen del Nuevo Orden Mundial, un sistema que desde el mismo instante en que se proyectó no ha ofrecido otra cosa que desgracias internacionales.
    Está por ver que la maquinaria bélica de los rusos constituya un enemigo creíble. Pueden tomar Osetia en una par de días, como hicieron durante los Juegos Olímpicos, pero es más complejo que logren mantenerse en la Crimea ucraniana, justo frente a las costas turcas. Tarde o temprano se cansarán de pagar una factura a Kiev por mantener una base que siempre han visto como de su propiedad y entonces también resultará poco creíble un encontronazo de estas características, pero la provocación amañada —en Rusia y en Estados Unidos— es una de las mejores especialidades para el contraespionaje en las cloacas de ambos estados.
    Israel, por otra parte, se está poniendo las botas vendiendo armamento a Georgia mientras continúan en Irán los alardes tecnológicos. Lo mismo prueban un misil tierra-aire que ensayan un pepino capaz de alcanzar el estrecho de Ormuz bajo el mar. Dicen los analistas que la tecnología de orígen es rusa y como todavía sirve el concepto de las naciones para explicar muchos conflictos, detrás de los gobiernos siguen parapetándose bajo falsa bandera un puñado de familias influyentes, accionistas sin escrúpulos y negocios de toda laya, donde igual caben mercenarios que brookers o políticos de primera fila. La corrupción mediante el enriquecimiento es un mal endémico y la sinfonía que escucharemos al final es la que dicten los medios de comunicación. La partitura musical se asemejará unas veces a la que suena y otras desafinará en exceso, pero como los individuos carecemos de perspectiva para comprender la Historia actual seguirá siendo la información una herramienta para desequilibrar cualquier guerra y allí se cuecen a diario sorprendentes peleas.
    El mar de las noticias baja del mismo color que el petróleo, donde importantes intereses económicos se mueven en una dirección peligrosa para el conjunto de las personas. Descubrimos con horror que nuestro destino está en manos de poca gente y que no son las más adecuadas.

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