El bien y el mal
viernes 17 de julio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Todo está sujeto a interpretaciones, incluso el clásico dilema entre el bien y el mal. La ética y la moral llevan siglos enzarzadas en la vieja discusión de lo que es aceptable, lo que conviene o lo que cae en el territorio de la opinión, y según la materia sucinta de análisis el resultado depende casi siempre de lo que comprima el cráneo a la masa gris. O siendo precisos, de nuestra implicación en la hipótesis. Si el tema a tratar nos afecta de forma personal, será más dificil hallar una solución objetiva y cualquier opción irá tintada desde su base por los prejuicios y los intereses. Si existe un objetivo previo a la hora de resolver un problema, ¿quién manda? ¿El que pone la pasta o el que investiga el suceso? Por ejemplo, ¿es lícito vender una vacuna? Y si el enfermo no tiene dinero, ¿es ético dejarle morir? ¿Debe cobrar una indemnización el jefe de una empresa que acaba de llevarla a la ruina? ¿Y hasta qué punto los hijos tienen la obligación de heredar las deudas contraídas por sus padres? Millares de preguntas caen en saco roto a diario.
    Una cosa es la legalidad vigente y otra distinta lo que está bien o está mal. Ni siquiera en todos los países se mide con la misma vara. Mientras unos cuantos paraísos fiscales lavan el dinero negro otros simplemente lo blanquean y los que quedan en medio pues ni fu ni fa. El secreto bancario es tan extensible como un chiclé. La costumbre de ciertos lugares es un delito en otros, de modo que el bien y el mal no es que sean distintos sino que incluso parecen intercambiables. Las noticias, últimamente, se cargan con diatribas que manejan raros principios éticos y morales. Observamos, por continuar con los ejemplos, que la segunda persona en la jefatura del partido de la oposición, doña Dolores De Cospedal, justifica su abstención en el Congreso, al referirse a la financiación de las autonomías, diciendo que había que trincar la pasta. Si no se está de acuerdo con una ley, dicta la conciencia que lo correcto es votar en contra y sin embargo se puede uno encoger de hombros y poner la mano. Actuar así, ¿es bueno o es malo? Sacrificando las formas y tras mucho rascar, podemos concluir que nos enfrentamos a una postura práctica o incluso rentable. Nadie se atreve a hablar de bondad o de maldad, suele haber de por medio tal escala de grises que emborronan el paisaje. Dos preguntas resumen este concepto: ¿Qué hay de lo mío? ¿Y qué gano yo con todo ésto? El bien y el mal se reducen así a un simple balance entre pérdidas y ganancias. Los islandeses acaban de aprobar en su parlamento que quieren entrar en la Unión Europea. Ni por el forro se les hubiese ocurrido tal medida hace tan solo tres años y sin embargo ahora, cuando su moneda vale la mitad y están con la soga al cuello, llaman a las puertas de Bruselas. ¿Es bueno o es malo? Ni siquiera ellos mismos se ponen de acuerdo, pero tal vez es la única opción que les queda para no irse al garete. El bien o el mal, en ciertas ocasiones, ni siquiera es de libre elección. Máxime cuando está en juego la propia supervivencia.
    ¿Matar a alguien o que te maten? ¿Comer carne humana o morir de inanición? Enfrentados a una situación límite muchos tabúes se derriban, pero hasta que no nos toque de lleno una situación tan conflictiva jamás tendremos la seguridad. Una cosa es creer, opinar, pensar, y otra distinta que nos veamos en el ajo y obremos en consecuencia. Un servidor, por ejemplo, comprende a la perfección que antes de estirar la pata y si no hay nada mejor que llevarse al diente, te jales al vecino que viaja contigo en el avión. Pero la verdad es que no me imagino con una pantorrilla en la mano, sólo de pensarlo me da repelús.
    Es muy fácil de darle a la lengua y a las gentes hispanas, tan dadas a la tertulia, nos encanta discutir. Hay quien no concibe a la pareja si sus componentes no están en permanente conflicto, les parece muy aburrido el amor. En la mentalidad bíblica, si dejamos a un lado a Lilith —cuyo personaje literario se me antoja más interesante— parece que Adán era un simple chorlito y Eva una manipuladora. Con unos antecedentes tan capciosos a cerca del árbol de la ciencia, donde reside el bien y el mal de los católicos bajo la ridícula forma de una manzana, no es extraño que los hombres se decidan a legislar sobre las mujeres como si fuesen menores de edad. No sólo necesitan que alguien les diga cuándo y cómo deben parir, sino que también se pretende poner un límite a la maternidad, por muy deseada que sea. El caso de Carmen Bousada, la septuagenaria que acaba de fallecer dejando huérfanos a sus dos gemelos de tres añitos, provoca que los médicos que se dedican a la reproducción asistida exijan un límite de edad para ser madre. ¿Es bueno o es malo? Y si se exige una edad, ¿por qué no también unos conocimientos? ¿Se debería examinar a los candidatos a ser padres, antes incluso de que se pongan a la faena? ¿Acaso no es más importante nacer que conducir un automóvil?

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