El fin de las antorchas
martes 8 de abril de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Los atletas están muy preocupados porque a la gente le interesa más el destino del Tíbet que el salto con pértiga. A los políticos europeos también les desagrada que el vulgo tome las calles como si participara en una competición de salto de trampolín. Por eso el abuelo Samaranch salió el otro día a la palestra para aleccionar al populacho más revoltoso mediante una clase magistral repleta de tópicos. Aseguró que no nos damos cuenta de la importancia que tienen los Juegos en la vida de un país y que los chinos, gracias a las Olimpiadas, irán saltando sus propios obstáculos poco a poco y que tarde o temprano se abrirán al mundo igual que una lata de sardinas. Seguramente los habitantes de esa enorme zona de Asia aguarden la maratón con la misma ilusión que recibimos aquí a las lluvias de abril, pero a los mandamases de su gobierno y a los directivos de los holding capito-comunistas lo que les mola de verdad es la granizada de divisas que salpicará la Gran Muralla. Y lo demás les trae al fresco. Les puede jorobar que la mala prensa consiga achantar a los turistas y que la pasta que mueve el mundo sea incapaz de evitar que una antorcha se apague como lo hizo ayer en París. Pero es evidente que el magiclick ya no es lo que era y que de ahora en adelante las antorchas olímpicas tendrán que funcionar con napalm. Así que tampoco hay que preocuparse en demasía. Los chinos son muy pacientes y tienen excusa para todo. Por ejemplo, para arreglar el apagón de la antorcha nos contaron después el cuento chino de que la llama viajó en autobús. Que siempre se guarda un chispazo en algún sitio porque lo previsor no quita lo valiente. Aunque la ingenuidad del mundo se chupa el dedo, los tontos conocen de sobras el valor que tiene una imagen. Una imagen sigue valiendo más de mil palabras, sobre todo cuando se trata de una prueba, de un símbolo de fraternidad universal. Como lo que se ve no se esconde, los televidentes pueden afirmar sin riesgo a equivocarse que la antorcha se apagó. Al gobierno chino le importa un bledo que los tibetanos de la diáspora vayan soplando antorchas allá por donde circulen, pero en Europa somos muy supersticiosos y estas cosas nos dan mal fario. La olimpiada de Pekín, a fuerza de soplidos, comienza a estar en el alero de la opinión pública. Si no llega el asunto a la ONU o al Parlamento Europeo es porque a ningún gobierno le interesa ser el primero en dar el paso del boicot. Tras el chasco de Moscú se repetiría un mal precedente y al régimen chino le sentaría como una patada en las íngles. Se han fundido un auténtico pastón en las instalaciones. Están más que preparados para deslumbrarnos con un show impresionante y no les detendrá que cuatro imbéciles, al paso de la antorcha, se lancen al cuello del atleta. Para ellos la solución es muy simple, se lleva el fuego a Pekín directamente y se acabó la algarada. Los dirigentes chinos maniobran siempre de la misma manera: apagando la luz y cerrando la puerta. Insonorizar un país tan grande ya resulta más difícl, por eso de vez en cuando se escuchan los gritos de los disidentes al otro lado de esa gigantesca prisión. Menos mal que gracias a las Olimpiadas no los fusilarán en una cancha de baloncesto. La sangre deja una mancha muy fea en el parqué.

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