El grosor de las cuerdas
jueves 3 de julio de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El debate de ayer en el Congreso de los Diputados es sintomático de la distancia entre los políticos y la ciudadanía. Durante horas se dedicaron a dar argumentos en lugar de aportar soluciones, hablaron largo y tendido de la crisis que sufre el país como si se tratara de un fenómeno meteorológico. Señalaron las borrascas y los anticiclones, dibujaron isobaras, hicieron pronósticos y se fueron tranquilamente a su casa. El neoliberalismo del mercado apenas permite darle a la lengua y poquito más. Los medios de comunicación, en cambio, pasan por encima de esta impotencia y constatan hoy dos acontecimientos bien diferentes. Por un lado, demuestran que el presidente del Gobierno se empecinó en la clásica cuestión de semántica que, desde la legislatura anterior, aqueja al partido en el poder como si fuera una enfermedad venérea. ¿Es una crisis lo que sufrimos o tan sólo un apretón? Los socialistas miden tanto las palabras que la simple pronunciación de algunas adquiere la facultad de multiplicar el desastre. En esta estrategia se asemejan a los empresarios, cuyos directivos utilizan eufemismos y engañifas para vendernos sus productos y al mismo tiempo tomar el pelo a sus currantes. Y en segundo lugar, la Prensa analiza con detenimiento la nueva postura de los conservadores en el hemiciclo, menos crispada pero más contundente. No cabe duda de que Zapatero está perdiendo pegada a medida que la crisis golpea y se convierte en recesión. Su fotogenia se diluye en excusas mientras los políticos de la oposición e incluso sus aliados de siempre le acorralan contra las cuerdas. Cuando se está recibiendo una paliza es del género idiota reparar en el grosor de las maromas que todavía te sujetan por la espalda al cuadrilátero, a nadie le importa salvo a él, que parece inmune a las tortas y los puñetazos. Es como si el país entero, a fuerza de cachetadas verbales, le estuviera gritando que despierte y mueva el culo, y sin embargo Zapatero, con un ojo ya a la virulé, prefiere declarar ante los comentaristas deportivos que no es tan negro el futuro como lo pintan. Y en esas estamos, negando la mayor y poniendo parches. La triste desgracia es que el margen de maniobra es mínimo. La Unión Europea y el Banco Central son los que llevan la batuta en esta orquesta y su política social es regresiva. De esta lamentable situación podrán quejarse nuestros políticos todo lo que quieran en Las Cortes, pero no hay escapatoria. O nos sacan del euro o sobrevivimos como sea a la tormenta, y a estas alturas no cabe elección. Como mucho calmantes y medidas compensatorias. El debate real sobre la economía se produce hoy entre Nicolás Sarkozy, el presidente francés, y Peter Mandelson, el comisario europeo de Comercio. Ambos defienden posturas encontradas a propósito de la liberalización del comercio mundial, donde los subsidios y protecciones que establecen los estados se derribarían completamente si se alcanza un acuerdo en Doha, la capital de Qatar. Los tecnócratas están convencidos de que el mejor remedio para luchar contra el hambre en el planeta es que cada cual se las apañe como pueda en un mercado libre, abierto y globalizado. El hambre se convierte así en una excusa impúdica, porque si algo salta a la vista es que las multinacionales no son hermanitas de la caridad sino voraces lampreas. Dudo mucho que en semejante contexto los parlamentos nacionales o los presidentes de gobierno, como el señor Zapatero, ofrezcan alternativas a sus conciudadanos para que el impacto de la globalización en plena crisis sea menos cruento. Su único atractivo, y no es poco en la actualidad, estriba en sus modos y maneras, en el trato paciente y poco agresivo que refleja en sus comparecencias públicas. La forma de recuperar la credibilidad entre sus votantes no se logra escurriendo el bulto ni jugando con dos barajas. Tampoco se trata de generar el pánico, basta con reconocer la impotencia y enseñar las cartas. No estamos acostumbrados a verle serio y firme, por lo que resulta postizo cualquier intento de fingir una compostura estereotipada y tradicional que no va consigo. Tendrá que encontrar pronto una imagen aceptable y sincera que le aleje del señoritismo sin perder su talante espontáneo ni el punch sensible que tanto rédito le aporta entre el electorado femenino. Ya es demasiado tarde para que Vicent Marqués, que en paz descanse, pueda darle un cursillo rápido sobre Nueva Masculinidad, pero si no resulta convincente acabará por ahogarse en un vaso de agua.

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