El lastre
lunes 17 de septiembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Afirman los más finolis que es de mala educación escudarse en las obligaciones que generan las cargas para justificar los fracasos. Cuando se afirma que el abuelo, la suegra, los niños o el perro frenan el desarrollo de una pareja, se está señalando la posibilidad de considerarlos como un lastre y que tal vez arrojándolos por la borda se enderece el rumbo y se adquiera velocidad. La rapidez y el equilibrio parecen así antagónicos, pero en el fragor de la batalla cotidiana la primera baja no es la información sino el sentido común y a menudo se escuchan exabruptos que provienen más del subconsciente que de la reflexión. Comprendo que los tensos se relajen más soltando improperios que buscando soluciones. La contención sólo genera fobias, cálculos y tumores, mientras que la terapia del desahogo suelta los demonios y favorece la circulación sanguínea. Supongo que es lo que pensaría el señor Puigcercós ayer cuando habló de que España era un lastre para Cataluña. Si ahora se encuentra en fase de sonrojo o de exaltación, lo desconozco. sólo entiendo sus palabras bajo el contexto de una rabieta en el lavabo. Es la clásica conducta del portazo del adolescente, al que suele seguir la meditación o el encolerizamiento, y que tantas pasiones levanta en las familias. No basta con atender los derrapes del abuelo y aguantar las ínfulas de la suegra, ahora viene el hijo y pide que se le doble la paga.
    No es la primera vez que se utiliza políticamente el concepto de lastre. Estamos en época electoral y tendríamos que estar habituados a ver cómo se cargan las tintas para conseguir un minuto en la tele. Va siendo hora de entender también que nadie está exhento de convertirse en el lastre de otro y que asumiendo los principios de buena vecindad es más fácil el crecimiento. Como alimentar el choque continuo malgasta muchos esfuerzos, a mí me gusta escuchar el argumento de los portugueses más universalistas, los que promueven la idea de Iberia como solución a los viejos problemas de la península. No es una cuestión de óptica. Si el óxido va devorando las gafas, hay que buscar otra montura. La lenta construcción de Europa promueve el debate social y económico pero en muy raras ocasiones permite que se cuestione la identidad de sus socios y su integridad territorial. Nada sería tan sencillo sin embargo como que los estados de la península llegaran a fusionarse. Una novedad semejante ofrece inmejorables oportunidades.

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