El minuto de desahogo
martes 4 de diciembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    De seguir por este camino la costumbre se va a ir al guano. No hablo de un hábito de vital importancia porque estaba ya muy esclerotizado. El hecho de que los políticos dieran la jeta en la calle, siempre bien cerquita del portón, tenía un encanto relativo. Pero ahora se lo pensarán dos veces. O se pondrán una mampara de policías alrededor (para que no les llegue el aliento a vino del populacho), o se lo montarán de puertas adentro, en plan institucional. La culpa es de los neoconservadores, de los "neocón", que así llaman ahora a los fachas de antaño. Esta mala hierba, peor chusma que una plaga, incendia las costumbres del respeto a los muertos de forma antipática, es decir, echándote los propios muertos a la cara. Como es de cajón- y hasta la extenuación nos lo repiten por la tele -, con motivo de un atentado los políticos salen fuera de sus despachos a guardar un minuto de silencio. Se trata de una pantomima de fraternidad conciudadana. Una foto significativa venida a menos con el transcurso del tiempo. Lo que hasta el otro día era una tradición de resistencia gandhiana (en versión Armani), gracias a la asociación de víctimas del terrorismo - la que es afín al PP - se ha convertido en sesenta segundos largos de relinchos contra el rojerío. Vamos, un feo muy cutre y de mala educación. Esta penosa idea nació en lo más torcido de las mentes menos despiertas, que por fin han caído en la cuenta de que hay un momento de especial desprotección para los líderes socialistas. Aprovecharlo increpándolos a voz en grito con lo primero que les venga en gana es una ocurrencia lamentable. Esta gente se sobra una barbaridad delante de las cámaras y mientras largan lindezas comprendes de dónde sopla el vendaval. Sale de sus labios, no sé a cuento de qué, la radio de los curas. Y te quedas a bolos escuchando los improperios que ellos mismos dicen copiar de sus más admirados locutores. La escena es de lo más grotesca. Cuatro desgarramantas vocingleros, en su mayor parte individuos de inusitada energía y engañosa longevidad, con el tarro carcomido hasta las magras, se ceban en el silencio repitiendo hasta quedarse afónicos las simplezas que un gaznápiro de esta emisora les graba a diario en la mollera. No hay más cera que la que arde. Si este enjambre simboliza el espíritu del centro político no sé dónde se halla el centro emocional del país. Si las víctimas se expresan con tal grado de iracundia no logran otra cosa que el descrédito. Ciertas víctimas ofrecen la desagradable imagen de verdugos, de modo que algún publicista debería hacerse de oro modificando el "look" de esta asociación. Más próxima al somatén que al frente de juventudes, alguien tendría que llevarles de la mano por el sendero de la humildad. El dolor no es un patrimonio registrado ni otorga a las víctimas patente de corso.

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