El Cuaderno de Sergio Plou

      

sábado 2 de marzo de 2013

El peregrino con aspas




  Se han llevado al papa en helicóptero produciendo el pasmo entre los fieles, que no saben a qué carta quedarse. Esta ascensión precipitada, esta levitación figurada, esta subida a los cielos mediante un transporte construido en serie por los seres humanos, es sin duda un espectáculo menor. Una pena. Esperaba de Ratzinger que se fuera del Vaticano a bombo y platillo, quizá con unos fuegos artificiales o desapareciendo tras una cortina de magnesia, pero se ha dado el piro como si estuviera huyendo de un lupanar o de un casino y ya no pudiera soportar el agobio que le produce la miseria humana. A los seres que no son de este mundo les evitan el roce construyendo a su alrededor una muralla de guardaespaldas y cuando las cosas se ponen feas los rescatan de la multitud llevándoselos por los aires. Por eso me extraña que el papa eligiera una fuga tan melodramática. No se sabe muy bien si es un preso volando hacia Alcatraz o un dictador escapando de la marabunta. Vivimos unos tiempos tan revueltos que la simple contemplación de una turba aplaudiendo podría interpretarse como un motín, de hecho no hay nada como los vítores y las ovaciones para indicar a cualquiera que vaya haciendo las maletas. Por eso me esperaba una fiesta.

  La ventaja de renunciar a un cargo vitalicio es que regala siempre un plus de popularidad. Pudiendo vivir del cuento hasta que mueras, la gente aprecia un montón que abandones la silla e incluso está predispuesta a comprender las razones que te empujan a tomar una decisión tan sana. Si les cuentas que estás viejo y malito, que te viene grande el curro, porque lo justo te llega el riego para encontrar la píldora de la tensión, lo normal es convertir el papamóvil en una ambulancia y acercarlo al hospital más próximo. Si no fuera para tanto se entendería que lo vayan a ingresar en un asilo o en un parador. Depende de cuánto se vaya de la pinza. Como se desconoce lo que realmente le pasa a este fulano —y si alguien lo sabe no lo cuenta— esta solución se nos antoja rápida y forzada. Pasearlo embutido en esa urna con ruedas y darle unas vueltas al ruedo de la plaza de san Pedro propicia que los feligreses caigan en éxtasis, pero el arrobo es insignificante si lo comparamos con el que hubiera supuesto hacerle la ola, mantearlo, pillarlo en volandas o conducirle hasta Castel Gandolfo a corderetas. Estas escenas son del gusto de las cofradías y hubieran causado una honda impresión, pero se optó por una renuncia en frío, cuya emotividad se desprendía a golpe de hélice por Roma sin ninguna tragedia visible, sin victorias que añadir al currículo, sin pena ni gloria. Esperaba al menos que le lanzaran un misil, quizá hubiéramos entendido así la importancia del acontecimiento.

  Cuando un individuo se rinde o declara que ya no puede más, espera hallarse entre sujetos sensibles que comprendan su derrota. Queda feo perder el honor. Aunque nadie sepa dónde reside ni qué cualidades lo forman, suele explicarse por la humillación que consagra. Una vez traspasado el umbral del escarnio, sin nada que ganar ni que perder salvo la propia vida, te sumerges en un mundo donde es difícil distinguir al pobre del santón o al vagabundo del peregrino, quizá por eso nos hablan de las vestimentas que usan, para que podamos diferenciar a un papa de otro sin meter la gamba. A mí el Ratziger me parece una bestia parda, de modo que si tiene algún enemigo dentro será lo peor de lo peor. Aunque no consigo hacerme una idea de la dimensión del sujeto, entiendo que tras el cónclave se despejarán las dudas. En cualquier caso, lo que vale con un papa no vale para el siguiente. Al anterior, que también era una pieza para echarle de comer aparte, lo mostraron decrépito, babeante, roncando en toda su decadencia. Sin embargo al presumido que se acaba de jubilar, a este peregrino de luxe que acabará sus días en un convento del Vaticano, no le agrada ofrecer en un futuro semejante martirio, por lo que ha preferido conservarse en formol. Allá cada cual con sus propias miserias, pero que no me vendan ahora su decisión como un hito histórico. Lo histórico hubiera sido —es una idea— convertir su ridículo país en un comedor para los pobres.