El poder de la imaginación
sábado 5 de enero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    No creo que haga falta generar ilusiones en la más tierna infancia para que los nenes, cuando descubran la mentira, se conviertan en muchachotes y acaben despreciando a sus papás. La realidad se encarga de convertir a los niños en adultos sin necesidad de imaginar tonterías. La pérdida de la inocencia llega cuando menos te lo esperas, ponerle fecha de caducidad y asignar protagonistas bíblicos a la fantasía es una manipulación contraproducente. Los magos han existido siempre, rara vez eran reyes y los supuestos monarcas que acudieron al portal de Belén ni eran tres -pues se afirma en los apócrifos que fueron nueve- ni poseían dotes extraordinarias. Lo único lógico es que vinieran de Oriente, ¿de dónde vendrían si no? Como escritor, sin embargo, envidio al que inventó una fábula tan maravillosa y todavía me hago cruces de que no la hayan lllevado al cine derrochando efectos especiales y desarrollando una saga infinita. Menos mal. El mundo infantil es propenso a imaginar circunstancias fantásticas y soluciona su ignorancia dando pábulo a cualquier posibilidad, de modo que se traga lo que le echen. Incluso desarrolla el producto original favorenciendo múltiples versiones. La mera existencia de unos sujetos, coronados o no, que puedan estar en millones de lugares simultáneamente hace que la noche de hoy sea mágica por naturaleza. Mientras los padres sueñan con lo que no son y cubren de regalos a su progenie, los niños desarrollan la imaginación hasta límites ignotos. La ruptura que se produce después, cuando descubren la realidad y se sienten engañados, está a mi juicio mal enfocada y deriva de la propia mentira religiosa que se inocula ya en los colegios. La asignatura de la imaginación, al igual que otras tantas de factura imposible en el mercado, desarrollaría individuos más libres en el futuro. Al fin y al cabo, el coeficiente intelectual es sólo una parte de la inteligencia humana, donde las emociones juegan un papel determinante. La música, el teatro y las artes en su conjunto no tienen ninguna importancia en la escuela, no me extraña que después seamos incapaces de hablar en público, dibujar una persona o un paisaje o tocar la bandurria. Nuestra imaginación muere de tal forma en la infancia que necesitamos de todo tipo de protocolos para salir adelante en las situaciones más simples. Desconocemos el material con que se tejen nuestros sueños, así que, en la práctica, difícilmente podemos ser originales. En un planeta atestado por miles de millones de personas resulta más facil copiar que crear algo propio. No sólo desconocemos nuestras capacidades sino que tachamos de loco al que presume de tener una idea, por lamentable que sea. La socialización y el capitalismo suelen ir de la mano a la hora de forjar imágenes de consumo. Todo lo que sirva para gastarse los cuartos es útil, pero no sabemos hasta qué punto es nefasto poner la imaginación de los niños en manos del Corte Inglés.

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