Espíritu de enmienda
martes 20 de noviembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Me ha dejado atónito la charleta del presi de la conferencia episcopal, un tal Blázquez, que con la boca pequeña parece que ha pedido perdón por el comportamiento de la iglesia católica durante los años treinta. Se lo montó el hombre como buenamente pudo y en un mar de medias tintas, como si a la vez estuviera esperando de otros que también asumieran sus faltas, musitó un mea culpa chiquitín y animó a la reorientación de sus amiguetes. Menos da una piedra, pero la estupefacción es inevitable. Nadie esperaba esta pata de banco tras la canonización del Papuchi Ratzinger a 500 mártires, de modo que al tal Blázquez le queda un telediario. No será hoy ni mañana cuando le den la coz, pero tiene los días contados, al menos como timonel de tan extraña barca.
    Hoy es 20 N, día de la vergüenza nacional y tener que escuchar estas cosas una jornada antes del aniversario de la muerte del dictador, a la gente bienpensante le corompe los higadillos. A mí, que cada vez pienso menos y cuando lo hago me encuentro haciendo el ridículo, esta noria de los perdones a medias o de los grandes perdones me suena siempre a mentira piadosa o interesada. Si me he quedado atónito con Blázquez es por la elección del momento, a contrapié y sin publicidad previa, en un contexto que desluce mucho las confesiones. El inicio de la campañita electoral de los políticos hubiera requerido de los curas mucho más bombo y platillo, so pena de recoger malas notas en la opinión pública, ya que de nada sirve pedir perdón si no existe espíritu de enmienda. Ni siquiera el señor Blázquez se halla contrito o muestra arrepentimiento, es más, desarbola con sus gestos una acción dubitatiba. Si quien ha tenido el cuajo de salir a la palestra con semejante asuntillo no termina de rematar la faena, escasa credibilidad puede otorgársele a los que vengan después con monsergas similares. A fuerza de confesiones se desvirtúa el valor de los pecados, sobre todo si el mero hecho de asumir la responsabilidad de los errores conlleva el formateado de los mismos.
    Una cosa es la presunción de inocencia y otra muy distinta presumir de conciencia. Hace falta tener una conciencia muy sensible para que el hecho de confesar una culpa lleve implícito el propósito de cambiar. En otras palabras, hay que estar muy arrepentido y muy carcomido por dentro para que el simple gesto de comunicar tu tormenta interior de alguna forma te enmiende. En nuestra esfera privada, si hemos pedido perdón o nos lo ha pedido alguien, lo primero que se manifiesta es la humilad. Sin humildad todo se reduce a una representación más o menos mala de un sentimiento y por lo general no resulta creíble. Creo yo que la iglesia tiene buenos actores. Una casta monacal que ha sido capaz de sobrevivir y hasta de lucrarse durante una veintena de siglos ha de tener por fuerza grandes lumbreras. No deja de ser triste que le encarguen de pasada la tarea a un tal Blázquez. O que Blázquez, en un delirio, se meta solo en un laberinto que le viene tan grande.

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