Guante de crin
Crónicas
© Sergio Plou
martes 25 de marzo de 2008

    La diferencia entre lo que haríamos y lo que hacemos se ve realmente a cada situación que nos depara la existencia. La pasividad, aunque a veces nos convenga, suele ser una ilusa que no conduce a ninguna parte. Cada gesto es demasiado importante como para evitarlo. Estamos sometidos por la idea que tenemos del futuro, y sin embargo lo que vendrá es casi inmediato porque se presenta a cada segundo que trascurre. Los asiáticos, al contrario que los europeos, son muy conscientes del valor que tiene el presente. Existen muchas actividades que deberían acometerse sin demasiadas expectativas, así comprenderíamos de forma sencilla y directa el interés del ahora. Sin los actos, que nos ayudan a bucear en el yo que se oculta en las rutinas diarias, vivimos inundados de estampas y de sueños, bajo el influjo de imágenes retocadas, perdiendo la potestad de los sentidos y siendo pasto de la publicidad. Somos espectadores incluso cuando llega el romanticismo. La mente reelabora los recuerdos. Describe una realidad ficticia y edulcorada que inevitablemente choca cuando nos reencontramos con la imperfecta humanidad del ser amado. Nos suenan las tripas y nos echamos pedos porque no somos de caucho, sino de carne y hueso. Como condenados, preferimos escapar al presente en lugar de descubrir quiénes somos, dónde estamos y qué diantres hacemos en el mundo... Me explicaré. No es que las charlas con la sexóloga me hayan puesto metafísico de repente. Ocurre que el mero hecho de convertir en diario lo que hasta ahora se encuadraba en el capricho o lo excepcional me abre igual que una almeja a nuevas experiencias. A menudo hablo de lo que oigo, acabo de leer o estoy viendo. Interpreto y ajusto los conceptos a mi mentalidad y actuo en consecuencia, aunque no siempre. Pero si pretendo averiguar quién es el auténtico rector de mis acciones, me conviene practicar todos los días y a menudo ir desaprendiendo lo que creo saber. Al fin y al cabo existen muchas personas que maniobran en la vida según manda el Papa, el jefe de la empresa donde trabaja y las leyes del país donde reside. Aunque mis convicciones sean distintas no dejan de ser ideas, así que no sé por qué causa habría de ser yo una excepción. Cualquier dogma presenta los mismos conflictos, de modo que apenas cuestiono los principios en aras de hacer lo correcto, lo que se espera de mí. Las directrices son como el reflejo que nos devuelve el espejo cuando salimos de una ducha caliente. Cuando el vapor reina en el cuarto de baño y cubre el cristal donde nos miramos. Allí, en ese preciso instante, sólo hay vaho.
    De la misma manera que algunas personas emplean un guante de crin para retirar del cuerpo las células muertas, podemos utilizar todos la sexualidad para vivir el presente e intentar descubrir quién dirige nuestros comportamientos, cuáles son nuestros deseos y de qué herramientas disponemos. Es menester gozar al menos de una pareja con las mismas inquietudes y ponerse de acuerdo en restar aproximadamente una hora diaria a las obligaciones, habilitando dicho tiempo para regalarse un masaje mutuo en un lugar cómodo, caliente y tranquilo. Es necesario abrir la mente y olvidar las preocupaciones, dejarse llevar por lo que te sugiere el cuerpo de la otra persona y buscar su placer al mismo tiempo que encuentras el tuyo. Personalmente, y al cabo de dos semanas de prácticas, he conseguido comprender que soy muy poco atrevido y que el miedo al rechazo me coarta bastante. No parece un gran descubrimiento pero siendo el producto de una experiencia, y no de una teoría sobre mi propia timidez, enseguida me ofrece un campo abierto a la exploración. Permitirme los errores significa crecer y uno está condenado al aprendizaje como el estómago a recibir alimento. Sin equivocaciones sólo cabe la frustración, de modo que acudir a la sexóloga para recuperar mi iniciativa lejos de ser algo triste y lamentable, algo así como el último recurso antes de darse al alcohol, me ha terminado colocando frente a las cuerdas de mi propio yo. Convertirse en un intérprete de los deseos ajenos no es tan bonito como lo pintan. Aparte de construirte un bajo perfil voyerista, requiere un gasto excepcional de neuronas analizando a los demás. Y al final, si la mayor parte de las conclusiones que extraes resultan falsas, te das cuenta de que los beneficios son escasos y la tarea resulta esteril. Jugar pues a ser adivino con gente crédula puede ser económicamente agradecido, pero si no gozas de otros poderes que la intuición y la experiencia es más práctico dedicarse a resolver los propios problemas antes de lanzarse a tumba abierta sobre los que sufren los demás. De alguna manera estoy aprendiendo a ser más sincero y más humilde. Reconozco que a este paso me van a salir llagas en el lóbulo frontal, pero es que tanto narcisismo empieza a aburrirme. Y el tedio es poco creativo.

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