Hablando en crudo
lunes 14 de enero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    No es la primera vez que suenan las trompetas del fin del mundo. Desde el crack de 1929, los humanos del norte del planeta tenemos una tendencia rarita a verlo todo negro. Pensamos que cualquier día nos vamos a levantar de la cama y al mirar la calle, para ver el tiempo que hace, van a granizar los vecinos. No sé por qué soñamos con el apocalipsis, tal vez no estamos tan mal como decimos y en nuestro fondo oscuro, el más horripilante, se refleje el necio deseo de las emociones fuertes. Los yanquis, que para lo tétrico tienen un puntazo, hacen películas salvajes y dejan su realidad a la altura de una caquita de perro. La tragedia es un espectáculo que vende en los medios de comunicación. No hay nada como abrir un informativo con un buen desastre, porque sube la audiencia que es un primor. Entre informarnos y deformarnos existe una linea muy delgada, pero repleta de lamentos. ¿Tanto nos gusta sufrir?
    Sube el desempleo y suben los precios. Las hipotecas de quienes - ¿están locos estos romanos? - se lanzan a comprar un piso cada día están más caras, nadie lo duda. Incluso se ha gastado menos en la fiesta navideña de lo que nos fundimos en otros años. Qué horror. A estos indicadores, entre otros tantos, los economistas llegan con caras largas y los marcan en la pizarra bajo la línea roja de la recesión. Resulta entonces que la clase media ya no tiene para medias y se encierra en casa los fines de semana a verlas venir. ¿Es el caos o es que ya no derrochamos a manos llenas? ¿Cómo de llenas estaban las manos de los que derrochaban cuando podían? Ajá. Con la pasta hemos topado. Seguimos viviendo con frenesí el caldo gordo del petróleo, una sopa que se termina. Que ya no da más de sí. El petróleo que queda es para las economías que llaman emergentes: la china y la hindú. Allí se fabrican ahora los coches de cuatro perras. Es todo tan simple que da miedo. Por eso se montó la guerra de Irak y por eso la estamos pagando ahora mismo, como buenamente podemos y de nuestro propio bolsillo. No una vez, sino varias veces. Cada vez que se monta una guerra de las gordas ocurre lo mismo, y lo más grave es que para salir del bache se organiza la siguiente. Tal vez sea esa la razón de nuestra tendencia al desastre. Nos asustan y en seguida vemos llegar el fin del mundo. Los culpables de que todo vaya mal, en Estados Unidos, son los ultras de Bush. Los culpables aquí - según los fachas - son los socialistas. ¿Cómo se come esta contradicción?
    Nuestros impuestos van al Estado. El Estado afloja la mosca al Banco Central Europeo y éste regala en créditos facilones todo un pastón a los bancos. El pastón sirve para seguir trayendo el petróleo a casa y que la rueda de los lamentos continúe. No me extraña que lo veamos todo negro. Es el color del petróleo.

Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo