Inquinas
jueves 21 de julio de 2011
Sergio Plou
Artículos 2011

   ¿Necesita pruebas de que las cosas van mal? Si es así, no se preocupe. Usted habita en la cresta de la ola y por lo tanto nada de lo que oiga provocará su asombro. Ciertas personas sólo comprenden lo que ocurre cuando les afecta de una forma impactante —sufrir un derrame, un atraco o un accidente, incluso un despido impensable— porque necesitan un shock para asumir la realidad. Hasta que llega ese instante, prefieren contemplar el deterioro desde la cima de un monte lejano. Actuar de esta guisa es menos comprometido y aleccionador, garantiza además pasar un rato agradable en soledad o en compañía valorando las desgracias ajenas. Al fin y al cabo, la visión aérea es un deporte internacional.

  Cuando las relaciones ajenas se deterioran de manera ostensible tendemos a ridiculizar a sus protagonistas para devaluar el problema. Es muy común que, ante una trifulca inesperada, los espectadores se queden atónitos mirándose de soslayo y preguntándose qué diantres pasa, ¿de dónde ha venido esta tormenta? Somos conscientes de que hay temperamentos incompatibles y de que su proximidad produce garrampas, pero hasta ese momento jamás se produjo encontronazo alguno. ¿Medían sus fuerzas? ¿Guardaban la compostura? ¿Cuál fue el desencadenante? Individualidades confrontadas, antonimias, recíprocas jetas de asco y náuseas sólo de mirarse, sin comerlo ni beberlo estallan de pronto en un mar de improperios y si no estamos al quite de la enemistad corremos el riesgo de recibir una estocada perdida. A nadie le agrada ser daño colateral en una refriega espontánea, pero cuando ocurre presenciamos el síntoma claro de que las cosas están peor de lo que nos cuentan. Entonces se pierden los papeles y llega la perplejidad.


El artista Jim Denevan dibuja en la arena de las playas de California
  Disfrutamos ayer de un ejemplo entre el señor Bono, presidente del Congreso de los Diputados, y el ministro Miguel Sebastián, y surgió a propósito de las corbatas y el aire acondicionado. Es chocante que en el mismo día se viviera la dimisión del señor Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, por el asunto de los trajes. En ninguna de las dos situaciones el problema de fondo era el que salía a la luz. La denominada «trama Gürtel» es la raíz de la financiación ilegal de uno de los grupos más poderosos del país —el partido popular— y que se ha degradado en un asunto menor: el de los trajes. En la disputa entre Bono y Sebastián, miembros los dos del partido al que tildan aún de socialista, el conflicto nace también en los trajes. En concreto de una prenda que conforma el vestuario masculino más occidental: la corbata.

  La democracia española está bien trufada de fiascos políticos alrededor del vestuario, cubriendo siempre las envidias, venganzas y reyertas que se construyeron en las relaciones humanas bajo una película textil. Evitar de este modo las fricciones irracionales que surgen del contraste de caracteres empuja en variadas ocasiones a espectáculos incomprensibles.

   Aquellos que están en la pomada conocen de primera mano cuáles son las verdaderas razones que empujan a los machos cabríos para que se aticen soberbias cornadas. Quienes llevan la cuenta de sus infamias pueden comprender cuál es la gota que desborda el vaso, apreciando así la longitud de la tranca, la textura del cardenal y la magnitud del chichón. El resto de los mortales vemos tan solo que los machos se cornean porque están en época de berrea. La distancia entre la casta política y la ciudadanía es tan grande ya que la simple visión de Bono y Sebastián discutiendo de mala manera sobre el protocolo formal de Las Cortes y su absurda exigencia de usar corbata (asunto que derivó en el cambio climático y el abuso del aire acondicionado), queda en el mismo encefalograma plano que la dimisión de Camps por los trajes. Son viejos problemas que se han ido pudriendo con el curso de los años. Toda esta gente vive en otro mundo y sólo ellos saben de verdad en qué demonios gastan su tiempo y nuestros dineros. La inquina que se tengan entre ellos, la que les anima a decir que no van a ponerse corbata, «lo diga Bono o el emperador del Japón», es la misma rabia que sacude a Camps desde lo más hondo cuando asegura que es inocente, una pobre víctima de vaya usted a saber qué endiabladas jugarretas, y que sin embargo es capaz de inmolarse con la cabeza alta, para no ser un obstáculo en la carrera de su jefe, el inefable señor Rajoy. En ningún momento habla de que un juez lo vaya a sentar en el banquillo. Parece que se larga porque está sufriendo un ataque de pánico o una crisis de ansiedad.

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