La bola de cristal
Crónicas
© Sergio Plou
domingo 5 de octubre de 2008

     Con un padre inventor y una madre soñadora terminar siendo artista es lo mejor que puede pasarte, de modo que prefiero renovarme a morir. Nunca he creido en la muerte como remedio, qué se le va a hacer —cuando la diñas se acabó la historia— pero los ansiosos somos fervientes admiradores del dolor. El umbral de dolor de ciertas personas escapa a toda lógica. Parece que sean de hielo. A otros en cambio cualquier pequeñez les hace perder la dignidad, ¿serán de carne y hueso o de un material todavía más sensible? La sensación de daño es tan diferente en cada individuo que cobardes y valientes, centrifugados por la tecnología genética, en un futuro se nos antojarán aberraciones extraídas de un tarro de formol. El mero hecho de sentir —a la antigua usanza— formará parte de los efectos secundarios de una píldora ociosa, sólo accesible para los multimillonarios de la elite, el resto de los mortales continuará sintiendo en exceso hasta la menor ráfaga de aire y tendrá que pagar por los anestésicos con una parte de su libertad. Cuando vives en una localidad heroica, una ciudad inmortal, con su panteón de heroínas instalado en la iglesia del Portilo y sus calles sembradas de nombres que registran crueles matanzas históricas, la realidad se entremezcla con la ficción hasta formar un cóctel excéntrico. Ahora que crujen las entrañas del sistema económico nos permitimos el lujo de construir transformaciones ligeras, lo que antes denominábamos parches. Tras la impresionante faena de las Torres Gemelas, los poderes fácticos instalaron el régimen mediático del terror y los telediarios no saben ya cómo meternos el miedo en el cuerpo a pequeñas dosis para pastorear a la manada. Hasta los guionistas cinematográficos nos vacunan en las películas contra desastres alucinantes, confiando en que cualquier situación de pánico resulte creíble en la actualidad. Causa asombro que la rutina consiga desarrollarse a diario como si nada estuviese a punto de ocurrir. Existe un desfase entre la pesadilla que narran los medios de comunicación y los dramas personales que se van sucediendo entre nuestros conocidos. Nos topamos con amigas que acaban de conseguir un empleo en el mismo instante en que la recesión amenaza con devorar puestos de trabajo a paladas. Incluso me llega la noticia —a mí las noticias más próximas me llegan tarde la mayor parte de las veces— de que Marta ha levantado por fin su Obrador de las Ideas, un espacio abierto al desarrollo de las cualidades artísticas de los chavales y también de los más mayores. Nos falta creatividad, y va siendo hora de recuperar la intuición, será necesaria cuando el cataclismo de cambios que nos auguran quiebre por la base. Hay asignaturas que no se enseñan en las escuelas y mucho menos al aire libre, no estaría de más sacar al campo a la chavalada, porque hay nenes que piensan que la leche nace en un tetrabreak. Los artesanos de hoy tienen que disfrazarse en los mercadillos medievales para vender sus productos, pero guardan como oro en paño la esencia de hacer el pan, la sabiduría de las plantas y hasta de la cetrería, así que parecen los guardianes de unos delicados conocimientos sentenciados a perderse. Los gurús del apocalipsis anuncian para los próximos cuatro años increíbles y sangrientas catástrofes. Aunque no tengo una bola de cristal tampoco hay que ser adivino para comprender que el capitalismo se hunde en el lodo de su propia corrupción, de modo que estamos condenados a convertirnos en héroes. No como en la exitosa serie televisiva, que hace furor entre jóvenes y adolescentes y de la que cuelgo un enlace en el parte inferior de la página. Estaremos obligados más bien a ser héroes de pacotilla, supervivientes del consumo, paladines de hazañas cotidianas, queramos o no, mientras nos sumergen en una época artificial y narcótica. Conocer de primera mano la verdad de lo que está ocurriendo será imposible o producto de la casualidad. Saldrá lo peor que llevamos dentro, no cabe duda, pero también lo más hermoso. Durante la dura transición, similar a la que sufrieron los países del bloque comunista tras la caída del muro de Berlín, desconozco si habrá que llenar la panza al viejo modelo cubano, pero son legión ya los que pronostican que sólo aquellos que tengan posibilidades de arar la tierra y cultivarla, recoger los huevos del corral y zamparse una chuleta de cuando en cuando, saldrán adelante. No me siento profeta, es que el modelo económico no aguanta. Una peña importante, los más ricachones, los que no saben siquiera la pasta que tienen, están empeñados en hacerse con todo y no van a parar hasta que crujan los cimientos. Casi tengo ganas ya de que reviente el cómic político, pero me temo que va a estar sembrado de tantas contradicciones que será un gustazo desgranarlas. Entre tanto, y para amenizar el deterioro, llega la suelta de palomos deportivos a Rockflower, la cata del ternasco en Pilar Square, la tercera carrera de pollos y la impresionante actuación de Cistitis & The Pajer, que inauguraron ayer las fiestas en honor de la virgen, esa señorita de entrañables poderes que cuentan se posó un día sobre una columna y a la que desde entonces veneran los lugareños como si se tratara de un orzuelo. Tras el fabuloso exorcismo de la Exposición Internacional de Zaragoza, cuyo éxito local fue innenarrable y que nos dejará ciegos como poco hasta la próxima década, hay que entretener al populacho y como no hay cuerpo que resista semejante cencerrada, supongo que la semana que viene me largaré a Madrid, que son dos días, y uno de ellos nos lo pasamos durmiendo.

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