La brasa
martes 26 de febrero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    No me explico cómo se puede salir al ataque todos los días sin sufrir un infarto, la verdad, pero ahí está Rajoy ahorcándose tranquilamente desde el principio del debate-brasa. Se está convirtiendo en el muñeco diabólico 2, en una víctima de su propio rol. Desde que lo puso en funcionamiento le resulta imposible echarse atrás, parece condenado a poner cara de asco y llamar mentirosa a la gente. Con este panorama delante, poco tuvo que hacer ZP para que el barbas se saliera del tiesto, porque el sujeto ya iba dispuesto de entrada. A parte del trasvase del Ebro, que quedó bien clarito en boca del pepero, toda esta táctica plomiza de atizar las ascuas y meter cizaña se me antoja errónea de base. El secreto de los conservadores está precisamente en que no se note su mentalidad antañona, que su desprecio no traspase la frontera de las descalificaciones. Tendrían que ser igual que una compresa con alas. El conjunto de la ciudadanía no quiere vivir en un gallinero continuo, ya no hay quien lo aguante. No me imagino otra legislatura como la anterior. Tampoco doña Espe, que salió a recibir a su jefe a las puertas de la sede de la calle Génova como si fuera su mamá. La gobernanta de la Comunidad de Madrid dirigirá el PP cuando don Mariano pierda las elecciones y desgraciadamente lo hará en la misma línea, perdiendo votos hasta que surja un recambio más liberal y moderno entre los conservadores de la península. Y digo desgraciadamente porque a todos nos conviene que encuentren un modelo menos carcamal. Los socialistas han bajado el listón ideológico a cuatro conceptos sociales, de modo que es un chiste de humor negro acusarlos de radicales. El PSOE ocupa hoy el espectro de una derecha moderna y civilizada, dialogante y tolerante. Puede entenderse con los nacionalismos suaves, con las viejas izquierdas de siempre y hasta con el PP de Gallardón, no con el de Acebes y Zaplana. Es el partido idóneo para mantener la estabilidad democrática. Al menos hasta que los populares no rebajen los humos y se inventen otra fórmula. Imponer al resto del Estado su arcáica manera de entender España no es un buen plan. Podrán sentirse a gusto consigo mismos, les resultará más cómodo, pero no aporta nada nuevo. Es más, cansa un horror los oídos escuchar tanta xenofobia y desdén en boca de la oposición permanente. Ni siquiera les beneficia porque el resultado de toda su algarada, como mínimo, sitúa al PSOE un 6% por arriba del PP en las estimaciones de voto. Mucho me temo que, lejos de aprender, la crispación y el bochorno continuarán creciendo hasta el próximo lunes, cuando se celebre el último y definitivo debate-brasa. Sigue sin haber nada nuevo sobre la mesa, tan sólo el espectáculo de dirimir cuál de los líderes políticos es el menos malo. Y el menos malo, aun llegando al extremo de perder en las urnas - cosa harto improbable - sería Zapatero. ZP podría gobernar en coalición, asunto que para Rajoy sería imposible.

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