La familia virtual
miércoles 28 de diciembre de 2011
Sergio Plou

   Estos días sólo sirven para darnos cuenta de la falsedad del sistema, por lo que suelo dedicarlos al plano virtual. En ese vasto territorio, que abarca ya la realidad completa, el rey sigue soltando las mismas majaderías de siempre, pero como la peña está recocida de tanto interpretar a los jefes sacamos punta a cualquier lápiz, y lo hacemos hasta dejarlo sin mina. La mina es la corona, que no sirve para nada y nos cuesta un pico, de ahí que lleguemos a creer que el rey cobra por palabra. A fuerza de rumiar tontadas se saca trescientos mil euros anuales, de modo que se lo curra poco y su único esfuerzo reside en no pisar ningún callo. Las frases más escuchadas son las que pronuncia cada veinticuatro de diciembre, no sólo porque sea católico y le mole ejercer en fechas señaladas, también porque es el momento ideal para hacer caja. Cuando se recogen los súbditos en sus aposentos y llenan la panza en familia, encienden ese trasto que denominan televisor y aparece entonces el rey para adormecernos con un discurso trillado, un resumen capcioso del año que está terminando.

  La gente estaba interesada esta vez en oír algo sobre su yerno, un tal Urdangarín. El yerno había sido descubierto en varios pelotazos ocultos tras una fundación sin ánimo de lucro que le sirvió de tapadera, tapadera con la que se forró el riñón y el de su esposa, que es una infanta. Pero el rey no dijo esta boca es mía. Entre otras razones porque el discurso que estaba leyendo es tan soporífero como anónimo y al que lo escribió no le interesa morder la mano de quien le paga. El autor, sin embargo, se atrevió a poner en los labios del monarca una incongruencia letal: que «la justicia es igual para todos». Al escuchar esta sentencia, el intérprete de los sordomudos —que gesticulaba bajo la estampa del rey— realizó un aspaviento significativo, lo que ayudó a subrayar la frase. Ciertas frases en según qué contextos acaban por rechinar. Y si no hablas del yerno, que está en boca de todos, decir algo sobre la justicia termina siendo una condena. Si la justicia es igual para todos, ¿acaso el rey es distinto al común de los mortales? ¿También sus parientes?

  Gracias a esta frase sobre la justicia, los más ingenuos han llegado a pensar del rey que se lavará las manos. En el supuesto de que José Castro —el juez instructor del caso Palma Arena— meta al yernísimo en la trena, los analistas creen que al rey no le quedará más remedio que agachar la cabeza, por eso se adelantó en el discurso al pedir que no incluyéramos a toda su famila en el saco. No nos adoctrinó sobre lo que representa la monarquía y lo que es su yerno —un advenedizo, el clásico profesional del braguetazo— pero lo dejó caer. El rey no sólo cobra por palabra, también lo hace por sus silencios, incluso se forra con los sobrentendidos. La opacidad de las cuentas de la corona hace difícil saber si los dineros de Urdangarín se mezclan en algún sitio con los del rey, pero es indiscutible que la fortuna del yerno no se habría generado de no estar avalada por su título de nobleza. Por otro lado, sabemos cómo se reparte la pasta de la Casa Real pero desconocemos todavía cómo le saca el propio rey un rendimiento tan apañado a su salario, amasando —según la lista Forbes de los más ricos del mundo— una fortuna de mil ochocientos millones de euros.

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