La identidad
miércoles 15 de julio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Ninguna de estas cuestiones importan un bledo a los suplantadores, porque ni siquiera guardan las formas. Falsificar un billete de banco es una tarea más compleja que hacer un doble virtual de cualquier conocido, lo mismo da un concejal de Zaragoza que la alcaldesa de Valencia, sólo hay que ponerse a la faena. Le robas unas cuantas fotos del «libro de las jetas», abres un blog a su nombre y te esmeras en dejar al interfecto a la altura del barro. Es tan chachi fastidiar al personal que la red está plagada de dobles, triples y hasta cuádruples identidades. El «phising», entre los divorciados, es un deporte tan extendido que ciertas personas resultan al mismo tiempo modosas y salvajes, tristes y jacarandosas, anoréxicas y bulímicas, ateas y religiosas, pedófilas y gerontofílicas, son un manojo de nervios y a la vez tienen la sangre de horchata, todo a saco y de manera simultanea. Y lo gordo es que no reciben tratamiento psiquiátrico alguno, al revés, campan por sus respetos y no paran de contar sus andanzas.
    Soy consciente de que lo más parecido que tengo a un clon vive en la Argentina, pero se dedica a la música y tiene barba, así que no ejerce como tal. Poblamos el planeta tantos millones de seres humanos que es frecuente encontrar a otro, en un punto lejano o a la vuelta de la esquina, que lleva el mismo nombre y apellido que tú. Si vive en el mismo sitio, es fotogénicamente idéntico y no se dedica a otra cosa que a golpearse la crisma contra las paredes, va siendo hora de sospechar que estamos siendo víctimas de una suplantación. No siempre es así, claro, porque en ocasiones basta con las propias torpezas para hundirse uno solo en la miseria. Por eso me he quedado con las ganas de cotillear en el falso blog de Sebastián Contín y no en el auténtico, que resulta un rollo patatero. Me hubiese gustado comparar al Sebastián falso con el real.
    Dentro del mundo del espectáculo —y la política, qué duda cabe, lo es— se considera que has alcanzado el éxito cuando los productores del guiñol te crean una réplica en látex y te ves a ti mismo diciendo las sandeces que sueltas siempre, pero en muñeco. Supongo que ocurre algo similar con los imitadores. La caricatura resulta siempre más agradable a que te plagien, porque el ladrón se niega a firmar con tu nombre, se limita a calcar lo que le mola y la mayor parte de las veces lo hace sin gusto ni gracia, lo que es un dolor. Algo muy distinto es que, sin estar al corriente, se produca una partogénesis y acabe creciéndote en internet un hijuelo, de tu misma edad y tus mismos rasgos, sólo que maniobra justo al contrario de como tú lo harías, creándote una fama de echarse a temblar.
    En ambientes provincianos, donde los rumores se cuecen en proporción geométrica, que a un político le salga un suplantador es peor que la lepra. Lo mismo le hunde un ligue que le arruina de una tacada el poco prestigio que tenga. Deconstruir su personalidad y generar un monstruo, es mucho más fácil que convertir a un anodino en un sujeto interesante. Que ocurra algo así es como que le toque la lotería y desde entonces será imposible estar a la altura de la ficción. No sólo hará el ridículo, se convertirá en su propio esperpento.
    El concejal que levantó la mierdecilla de los muebles en el consistorio nunca ha sido tan popular —y valga la redundancia— como lo es ahora. Y todo gracias a la suplantación de identidad que una de las hijastras del alcalde, la que tiene veinticuatro tacos, le ha clavado con alegría entre pecho y espalda. Salta a la vista que esta mujer no tiene ni repajolera idea de informática, porque se montó el tingladillo desde el ordenador de la casa de sus papis, metiendo así de lleno la gamba hasta el corvejón. Si conviene recordárselo es porque desconoce el favor que le ha hecho a un concejal de segunda fila, al que ha elevado a los altares de la fama en toda la prensa peninsular. A los cotillas sólo nos resta ahora por saber si el falso era más entretenido que el original, porque igual merece la pena hacer un estudio comparativo y nos resulta más rentable romper el molde.

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