La implosión rusa
jueves 13 de septiembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Tras la caída del muro de Berlín se descongeló la guerra fría y la gran carrera de armamentos, la competición por tener un buen arsenal de enormes pepinos nucleares, pisó el freno lánguidamente. Los fabricantes habían llegado a un punto peligroso, se dudaba de la rentabilidad de la inversión y el riesgo de estallar todos por los aires se fue esbafando igual que una gaseosa. El adiós de Gorbachov, el de la perestroika, sumió al diablo del siglo XX en la vertiginosa realidad: Rusia era un fiasco. Desde entonces hasta ahora, la maquinaria del Kremlin se ha esforzado en negar la mayor empleando trucos simplones para mantener su vieja gloria imperial. Sin embargo, detrás de cada fanfarronería, siempre hemos podido conmtemplar un decorado de cartón piedra. La debacle de Afganistán y el genocidio en Chechenia sirvieron para mantener en la cúspide del gobierno y del reparto de las empresas estatales a los herederos de la KGB. La KGB es como una placa de Petri en un laboratorio, y el señor Putin es el gélido ejemplo viviente de cómo se desarrolla un virus mafioso en el tejido estatal. Cuando la Administración de un país es ocupada por gente sin escrúpulo, la ley es una broma macabra.
    La firmeza de Putin es sintomática de la podre que roe el país. El desenlace de cualquier secuestro, por ejemplo, termina en un baño de sangre. Da lo mismo un teatro que una escuela. Se prueban nuevos misiles de largo alcance mientras el espionaje ruso deja huellas de polonio en los restaurantes occidentales. Como si fueran perros rabiosos, los periodistas más críticos son abatidos en plena calle . Da lástima contemplar las imágenes de la plataforma ártica. Hasta el absimo del polo norte, ni más ni menos, fueron los rusos a plantar una bandera submarina. Da pena descubrir que la filmación era un corta y pega de la película Titanic, todo un chiste demoledor para el markétin de la diplomacia moscovita. En aras de recuperar la autoestima aparece ahora en el circo internacional la Bomba de Vacío, un artefacto de presencia chusca que cuelga de un paracaídas ridículo. El chisme disuelve el material explosivo en una nubecilla de hidrocarburos y acto seguido inflama la atmósfera que lo rodea, originando así una flambé de magnificas proporciones. Resulta metafórico que este cacharro reviente por un mecanismo de implosión, como si la ingeniería rusa hubiera detectado la esencia de todo el sentimiento nacional y la hubiera puesto a la venta en forma de petardo.

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