La vida entrópica
Crónicas
© Sergio Plou
jueves 4 de octubre de 2007

    La otra tarde estuve viendo el documental de Al Gore sobre el fin del mundo. O sea, el cambio climático. No dijo nada que Greenpeace no haya denunciado antes, pero no es lo mismo y la prueba es que ser socio no desgrava en la renta. En cambio es un chollo plantar tabaco, como desde siempre han hecho los Gore, al menos hasta que uno de ellos la diñó de un cáncer, les entró mala conciencia y chaparon el negocio. Salvando las distancias, no sé lo que les tendrá que ocurrir a los Bush para que echen la persiana de los fusiles, pero dudo que veamos a alguno de ellos en un futuro impartiendo conferencias sobre lo malas que son las guerras. En cualquier caso es evidente que para denunciar con firmeza hay que tener medios y contactos, dinero e informaciones que sólo se consiguen habiendo pisado el barro. Es cierto que pocos de entre los que se jubilan en las alturas se animan después con semejantes batallas. Y hay que reconocérselo.
    Además, quienes son capaces de dar un giro tan drástico a sus vidas nos hacen dudar. No hay nada más hipnótico que ver a alguien de posibles luchando por las causas justas, aunque sea con el ímpetu y la cansada ilusión de los conversos. Aunque nos parezca un hipócrita, llega a darnos lástima que un político tan sano haya perdido la oportunidad de gobernar. Y el mero hecho de que estuviera a punto nos empuja a pensar que, realmente, y si no estamos locos, cambiar el destino de la historia es posible. ¿O no?

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