Líquido y volátil
miércoles 22 de octubre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    A los que han caído en la cuenta de que voy un día por detrás del calendario, suelo comentarles que tengo la agenda muy apretada. El saber, al contrario de lo que se piensa, ocupa mucho espacio y a mí, el mero hecho de adquirir conocimientos, me espesa tanto el cerebro que después parece leche condensada. Tener un acceso a lo que ocurre, aunque sea de tercera mano, no resulta sencillo. Durante los momentos históricos —no conozco ninguno que no lo sea— los cocodrilos merodean en el pantano de las cuentas corrientes y saltan amigos de un cuarto de hora por cualquier parte, así que es cuestión de estar alerta. Al desplegar las antenas enseguida me apasiona escuchar la constante letanía de que lo peor está por llegar y que aún no hemos visto la mitad del hundimiento. En esta inquietante agonía financiera, la voz de los cenizos son el toque de corneta, la banda sonora original de «La Recesión», una película de piratas.
    Nadie sabe el argumento pero todos han visto el tráiler, la publicidad con la que nos bombardean a diario los medios de comunicación, donde los periodistas más profesionales, los que no se tragan a pies juntillas lo primero que escupen las agencias de noticias, pueden llegar a contrastar muy pocas verdades. En medio de la ignorancia informativa es fácil que los secretos den pábulo a rumores, de modo que se esparecen a cuentagotas para que multipliquen los episodios y actúen sobre el mundo igual que un huracán. El pánico vende. Millares de grillos se limitan mientras tanto a reproducir lo que leen, escuchan y hablan los gurús de la economía, subrayando en rojo los desastres e intentando cantar primero dónde caerá el siguiente gordo. Los especialistas en el extraño arte de la rentabilidad se han convertido en los niños de san Ildefonso, aunque en vez de repartir millones se dedican a señalar a quien los pierde, los roba o los regala.
    La nacionalización de los fondos de pensiones en Argentina es el último escándalo en materia de hecatombes financieras, porque a la peña le sienta a cuerno quemado que le roben a mano armada la jubilación que han ido reuniendo a fuerza de ahorro. Les dijeron a los gauchos, como aquí a los peninsulares, que llegaría un instante en que el Estado no podría hacer frente a las rentas de sus abuelos, así que tendrían que parir deprisa para garantizar el cobro poniendo a trabajar a nuevos contribuyentes —sus hijos— por cuatro perras. Y tampoco estaría de más montarse unos ahorritos en forma de pensión alternativa, por si las moscas... Es obvio que las moscas acuden a la mierda como las abejas a la miel y con el tarro de las esencias abierto, la jefa del Estado argentino ha metido la mano por todo el filete en los ahorros de los argentinos y se ha puesto tibia del atracón. La excusa es la de siempre, ya saben: que la cosa está muy mala y que no había más remedio, de modo que la peña se ha subido por las paredes. Como no hay liquidez y la volatilidad de los mercados pone los pelos de punta, incluso las acciones más extravagantes son útiles para redondear el tablero de la mangancia.
    El dinero está cambiando de manos tan rápidamente como los cromos y lo mismo ves a chavales con enormes fajos de estampas que a chiquillos vendiendo el álbum, los negocios para los humanos respiran un oxígeno infantil. De pequeño sufrí la misma experiencia mediante una colección imposible, la de los cuerpos delestes. Logré terminarla con extrema dificultad y seguía muy de cerca los vaivenes del cambio. Llegó un momento en que la galaxia de Andrómeda estuvo veinticinco a uno contra la Vía láctea, y nadie, que yo recuerde, había logrado tener en la mano ninguno de los dos cromos. Las bolsitas donde iban las estampas escaseaban en los kioskos de manera alarmante, los álbumes eran raros de encontrar y sin embargo un compañero de aula estaba embarcado en una competición increíble. Cuando me enteré de que el más listo de la clase almacenaba bajo la cama de su dormitorio cuarenta y cuatro álbumes completos y que al otro lado de la ciudad, un muchacho de otro colegio, también muy listo, mantenía con él una enconada disputa de coleccionista, no pude creerlo. En su encarnizada pelea tenían en vilo a media ciudad. Amigos y conocidos de sus parientes próximos y lejanos, en un chorreo constante, les abastecían de cromos traídos desde los cuatro puntos cardinales. Al pensar en lo que se jugaban realmente aquellos chavales, muchos creyeron que en el fondo dilucidaban de esta manera tan idiota alguna oscura discrepancia entre sus familias, pero no terminó de cuajar esta interpretación porque cualquier apoyo en el conflicto era generosamente recompensado en forma de cromos de los cuerpos celestes. Los dos buenos mozos se convirtieron en banqueros de tan finas estampas y en su lucha crearon un mercado muy volátil y con una aguda falta de liquidez. Más o menos lo que ocurre ahora con la crisis, pero en una versión pueril. Con el tiempo llegó a descubrirse que sus respectivos padres eran los editores de la colección, pero habíamos hecho tanto el ridículo que entonces ni siquiera nos quedaron fuerzas para partirles la cara.

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