El Cuaderno de Sergio Plou

      


domingo 28 de junio de 2009

Llámalo X, llámalo Y




   Las parejas que discuten me parecen aburridas. No por el hecho de intercambiar opiniones y encontrar desacuerdos, sino más bien por los bucles en los que se ven envueltos. Da lo mismo el género o la opción sexual, lo cierto es que a menudo intentan imponerse y la aniquilación de conversaciones alumbra siempre monólogos. Hay personas tan acostumbradas a interrumpirse que no conciben las relaciones sin grescas ni malentendidos, hasta el extremo de fomentarlos para favorecer brillantes reconciliaciones. El patrón de las relaciones íntimas, matrimonial y hetero desde antaño, genera roles de poder que contagian al resto de las parejas. Nos cuesta asumir las individualidades, aceptar las diferencias y los caracteres, por lo que acabamos muchas veces enzarzados en memeces con el único propósito de llevar el ascua a nuestra sardina. Copiar las viejas conductas nos conduce a un estúpido callejón.

   Existen actitudes rancias que además son contradictorias. Exigir la transformación de los más próximos es tan inútil como anular nuestras costumbres, así que, por mucho que se nos prometan metamorfosis, esperar un cambio radical de temperamento ajeno supone un autoengaño. Conviene enamorarse de la realidad y no de los espejismos, so pena de reclamarlos constantemente. En ese sentido, la protesta y el enojo delatan inmadurez al asumir los errores. El miedo a fracasar y romper rutinas, más la soledad que proyecta, con frecuencia nos obliga a dar el brazo a torcer. Los gestos desinteresados resultan hermosos en el campo del amor, pero cuando descansan siempre sobre los mismos hombros también son cargantes. Si no defendemos nuestras parcelas de intimidad frente a la persona más querida, difícilmente lo haremos con las demás.

   Al inicio de una relacción, condenarse a repetir las discusiones y multiplicar los desencuentros, incluso puede parecer entretenido. Pero sólo desde la propia autoestima, valorándonos y sabiendo que somos sujetos distintos, seremos capaces de conformar parejas libremente. Otra cosa es que nos duren toda la vida.

   Las relaciones eternas son un mito contemporáneo y aunque es generoso partir de una base atemporal, nos conviene asumir que los seres humanos aprenden a fuerza de errores. Detrás de cada uno de ellos seguro que aflora alguna enseñanza. La más difícil para mí supone hallar el adecuado porcentaje de egoísmo que hay que añadir a la humildad, siempre y cuando respeto, cariño y pasión no se vean disminuidos. Con lo complicado que se me antoja mantener una pareja, no sé cómo se lo montarán en comunas de tres o más personas independientes.