Lo impecable
miércoles 12 de noviembre de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    El señor Aliaga, Consejero de Industria del Gobierno Aragonés, a propósito del despido de buena parte de la plantilla del Balneario de Panticosa, comentó que el expediente de regulación de empleo presentado por la empresa había sido impecable. Sin correcciones ni tachaduras representa un ejemplo de pulcritud para cualquier escolar, así que no puede hacer otra cosa que felicitar a los directivos porque el manojillo de folios les ha quedado divino de la muerte. El señor Aliaga ha dado el visto bueno a que se ponga a la gente de patitas en la calle y a otra cosa, mariposa. Sería del género idiota que el Consejero de Industria hiciera como el jefe de la Generalitat, que está dispuesto a irse al Japón para resolver el caos de la Nissan. A nuestro mandamás no se le ocurre otra cosa que encogerse de hombros y decir que estos asuntos le producen una profunda tristeza. Qué se le va a hacer, esta crisis —afirma— no la hemos provocado nosotros, viene de fuera. La verdad es que tampoco me esperaba nada mejor de un político que se deja colar motores en el despacho y que luego permite a los listillos que le metieron el gol que los vendan por ahí con el logotipo de la Diputación General. Es lógico que este hombre se limite a esperar que caiga la nieve en los Pirineos y venga el turismo a raudales, no va a hacer otra cosa y casi es mejor que se esté quieto en la mata porque, a tenor de sus declaraciones, no comprende la que se nos viene encima. Aún confía en los turistas, como si fuesen a caer del cielo en plena crisis.
    Buena parte de la clase política, no sólo de esta comunidad autónoma sino en todo el abanico internacional, en lugar de ponerse las pilas asiste al hundimiento de la mano de obra cómodamente desde sus poltronas, fingiendo tristeza y regalándonos la mejor jeta de circunstancias que se han aprendido para la ocasión. Sus sueldos bien atados en las instituciones les garantizan escolta y coche oficial, así que tranquilos, que no cunda el pánico y no montemos la bulla. De tanto rozarse con la crema de los empresarios y banqueros, a fuerza de ir de comilonas y vestir ropita de marca, los políticos se han enganchado a un modo de vida tan chachi que difícilmente lograrán hacerse cargo de sus famosas responsabilidades, que no son otras que las adquiridas con sus votantes. Al revés, están dispuestos a permitir que siga la mangancia y el cachondeo cueste lo que cueste. Y hoy mismo, sin ir más cerca, los bancos más potentes de este país acaban de pasarnos la primera factura. Se llama quince mil millones de euros y la han lanzado al mercado con gran alharaca en forma de titulaciones hipotecarias de «alta calidad». O hablando en plata, están dispuestos —con toda su cara dura— a que el Estado y el Banco Central Europeo les suelten estos quince mil millones a cambio de quitarse de encima el primer montón de carroña que les tiembla en las manos. Carroña de alta calidad, por supuesto. ¿Por qué compraron esa mierda y quiénes se hicieron de oro pasándola de ventanilla en ventanilla? A nadie le interesa. Deben de ser una chusma impecable estos sujetos, porque la policía no les sigue la pista ni los jueces les enchironan.
    Para entretener la atención con asuntos menores, aquí en Zaragoza nos distraemos contemplando la impecable mesa de ciento ochenta mil euretes que se han clavado en el Nuevo Ayuntamiento nuestros próceres locales. Como la memoria es tonta, nos hemos olvidado ya del negocio redondo que hizo el Arzobispado al vendernos un terreno y un edificio —el seminario— que ya eran de propiedad municipal. El alcalde, al que no le gustaría pasar a la historia como un despilfarrador — después de montar una Expo y de lanzarse a por la segunda—, se ha echado atrás rápidamente y no ha querido dar el visto bueno a los treinta y seis impecables butacones que completan el mobiliario, y que habrían elevado la cifra total de la sala de reuniones en cien mil euracos más. O sea, lo mismo que cuesta quitarle el gotillón de la Torre del Agua a nuestra querida e «inmaculada» caja de ahorros para que monte allí sus oficinas tan rícamente. Con toda esta basurilla salen a luz pública también los tejemanejes que se llevan los partidos políticos en la Diputación Provincial, narrando con todo lujo de detalles cómo colocan a dedo a sus amigotes empleándoles como agentes de desarrollo local. Nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste su trabajo, pero hay que premiarles de algún modo. Es una forma impecable de que los políticos de tercera fila consigan jubilarse. Pobre gente. A ninguno le apetece volver a su curro anterior y son tan majetes y reservados que los periodistas igual los dejan en paz y se ocupan de buscar marroncitos entre los técnicos y los asesores, que son legión. Lo mismo encuentran después impecables caquitas en la General Motors o en Ibercaja, pero lo dudo. Serían ganas de enredar y el ventilador nunca llegará tan lejos.

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