Los manguitos de los rotadores
¿dónde están los manguitos?
Crónicas
© Sergio Plou
lunes 8 de octubre de 2007

   La mecánica impone su código en todo, incluso en la anatomía humana. Un día descubres que el hombro tiene manguitos igual que un automóvil y te quedas pasmado. Había ido al fisioterapeuta como quien va a un taller de chapa y pintura, de modo que el diagnóstico guardaba lógica.
   - ¿Duele aquí?- preguntó el profesional explorando la zona. Yo no sabía responder con exactitud. En un descuido hundió con más fuerza su dedo índice, como si quisiera atravesarme el húmero en el interrogatorio. - ¿Y aquí?
   Un calambre me recorrió el brazo por dentro desde la zona pulsada hasta el meñique de la mano izquierda. Si no grité fue por vergüenza y también, lo reconozco, por no dejar su oficio en entredicho. Los tabiques del cuartito en el que estábamos eran de papel y al otro lado, en la sala de espera, aguardaba su turno otro cliente.
   - No es dolor, es una garrampa - me apuré a contestar.
   En manos de un conductista conviene ser ágil en las respuestas. El sufrimiento se aminora y respiras con cierto alivio.
   - Van a ser los manguitos... - rumió de pronto por lo bajo.
   - Los manguitos, ¿no? - repetí haciendo guasa.
   - Todas las pistas conducen a los manguitos - afirmó. Yo le miré con cara de chiste, lo que le indujo a pensar que no tenía coche. Tumbado boca abajo en la camilla me imaginaba acudiendo al concesionario más próximo para comprar unos manguitos nuevos pero como no sabía dónde estaban ni para qué servían terminaba llevándome un cigüeñal.
   - ¿Hay arreglo? - pregunté tragando saliva. No puedo evitar estas preguntas cuando me pongo en lo peor.
   - En materia de manguitos he visto de todo - contestó el fisioterapeuta - , desde cápsulas reticulares a hombros de hielo.
   - ¿Hombros de hielo? - repetí sorprendido.
   - Si no se pillan a tiempo, estas tendinitis congelan los movimientos del hombro hasta el extremo de que el más mínimo gesto produce dolor - asintió educativamente el fisio mientras me rociaba el cuello y las escápulas con un cálido ungüento -. Cuanto menos haces menos quieres, ya sabes. Es la pescadilla que se muerde la cola.
   Por un instante me quedé en blanco. Fue algo pasajero, pues el blanco para mí simboliza la nieve y con ella llegó a mi inconsciente un frío polar. Las bajas temperaturas hicieron crepitar los músculos de mi brazo izquierdo hasta envolverlos en una temblorosa lámina de cristal y los dientes de la pescadilla, en lugar de morder su propia cola, se aproximaban a mí con instinto amenazante. El fisioterapeuta me colgó entonces una mancuerna de un kilogramo y me animó a realizar con ella unos cuantos ejercicios desbloqueantes. Después me cruzó una toalla por la espalda, empujándome a que la usara como elevador para recuperar el movimiento. Al final me cobró 35 euros y me dio cita para el miércoles. Desde entonces me tumbo de bruces un par de veces al día sobre la encimera de la cocina y al igual que hace un péndulo en un viejo carrillón, me entretengo en menear una oscilante caja de leche. También me rasco los lomos con el cinturón del albornoz. Pero nunca hubiera pensado que la rehabilitación de los manguitos requiriese tanta excentricidad. ¿Me estaré volviendo un esnob?

Crónicas
2007 y 2008 2009 a 2011
Artículos Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo