Los reveses de la vida
martes 13 de octubre de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    En ocasiones resulta la vida tan obscena que no sabes si el destino o la casualidad se está riendo de nosotros. Hay personas tranquilas, relajadas en una existencia pacífica y sin el menor asomo de tragarse el mundo, que de repente se ven vapuleadas por las circunstancias y se encuentran en el ojo mismo del huracán. Observan los problemas como si se trataran de una maldición y se resisten con uñas y dientes a encajar su carácter en un parámetro que transtorna sus costumbres y modifica su comportamiento. No se ven actuando de manera irreflexiva, salvando las situaciones a base de intuición y corriendo de un lado a otro resolviendo entuertos. Otras personas, en cambio, no aguantan dos horas sentadas frente a una mesa realizando tareas de escritorio, se desesperan ante la inacción y entran en barrena imaginando que toda su existencia pudiera desarrollarse entre cuatro paredes. Elaborar planes que otros ejecutarán resta pimienta a la vida, de modo que se sienten engañados al recibir un castigo injusto por su apasionada dedicación. Son los eternos protagonistas, los que quieren tener la sartén por el mango y al mismo tiempo freirse como un huevo en el aceite hirviendo.
    Ambos modelos de seres humanos, los extremos de la personalidad, ven de una sola manera el rumbo de los acontecimientos y se desmontan igual que un dominó cuando se tuercen los sucesos. Todos nosotros tenemos algo de ellos —según el humor y la energía que gocemos— así que no es tan difícil comprender los rasgos de un sujeto a medida que se dibujan, lo imposible para la mayoría es predecir el futuro con éxito y precisión. Sólo sabemos que se producen tales fisuras en nuestra personalidad y se aquilatan de tal manera las emociones —por la edad o las enfermedades, la casualidad o el infortunio— que la adrenalina se dispara obligándonos a tomar medidas renovadoras o cambiantes. Entonces la realidad nos causa asombro y lo que nos parecía raro se convierte de la noche a la mañana en costumbre, así se embellece la cáustica linea de la rutina y se generan nuevas posibilidades de supervivencia. Tenemos la sensación de haber cambiado, pero son las circunstancias las que nos empujan a ir en sentido opuesto y nos devuelven la búsqueda. Que sea inconsciente o el fruto de un acontecimiento externo es lo de menos.
    Individuos llenos de vitalidad y optimismo, como mi tío Andrés, al que ayer visité en el hospital, sufren un infarto cerebral y se ven postrados por una hemiplejia severa. Escuchando sus chistes y su buen humor, me pregunto si en su lugar yo reaccionaría de la misma forma y no me atrevo a responderme. Me asomo al balcón de su cama igual que al pretil de un precipicio, sabiendo que la existencia es impredecible y que tarde o temprano depara sorpresas desagradables. Semejantes reveses ponen en tela de juicio el sentido común, desbaratan planes y cuestionan principios, convierten la vida en lo que es —una aventura— y al mismo tiempo nos fuerzan a reinventarnos. Si existe un destino que se dibuja con nitidez en la palma de nuestras manos es el eterno aprendizaje. Los seres humanos pisamos este planeta aprendiendo a todas horas, incluso recordando, con paciencia infinita, cómo se mueven las articulaciones, se fija la columna y conseguimos un día caminar erguidos. Es así como se escribe la historia. Segundo a segundo. Sin tiempo apenas para pensar.

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