Mensajes secretos
Crónicas
© Sergio Plou
lunes 26 de noviembre de 2007

  Para los que tenemos dificultades en seguir el argumento de nuestros sueños, recordar unos cuantos fotogramas es subyugante. Nos causa estupor que existan personas que se levantan del catre con toda la película en la cabeza. Nos asombramos con envidia ante quien afirma incluso que es capaz de transformar a su gusto y sobre la marcha lo que sueña. Hasta nos produce incomodidad lo que cuentan quienes utilizan el echarse a la cama como la antesala de un viaje en el que se desprenden del cuerpo, flotan por el dormitorio y vuelan turísticamente después hacia lugares ignotos. Todos estos asuntos nos causan cierto repelús y a mí, particularmente, una maleable inseguridad a la hora de meterme entre las sábanas. Es maleable, primero, porque no tengo muy claro si los fotogramas del sueño son exactamente los que vienen a mi memoria o los he ido cambiando sin darme cuenta. Y segundo, porque el recuerdo - si es que aparece -no suele ser agradable. En estas condiciones casi es mejor impartir al cerebro órdenes hipnóticas del estilo: "al abrir los ojos borrará usted lo más desagradable". Si en un alarde me vengo arriba y con la oreja en la almohada me digo a mí mismo que hoy es una excepción, que me voy de marcha con Morfeo y que a la vuelta me gustaría traer las fotos, resulta que el inicio del sueño se complica de tal manera que sólo de pensarlo me provoco taquicardias. Así que mi coco, si quiere pasarme información, tiene que hacer auténticas cabriolas para engañarme. No me explico si no a qué viene recordar un sueño cuando los impedimentos son constantes.
   La última táctica que ha empleado mi inconsciente para mandar una imagen a mi yo más despierto es muy traicionera. Ocurrió esta mañana en el lavabo, delante del espejo y no al levantarme sino después de desayunar, que es cuando se mueven las tripas y el sistema nervioso despliega el rádar. Al mirarme al espejo he podido ver que una autopista de calvicie se abría camino por mi negra mata de pelo desde la frente hacia el centro del cráneo. En seguida me llegó la idea de haber soñado con esta imagen tan diáfana durante la noche. Al recibir el impacto también me vino a las mientes que la calvicie llegaba de una manera sutil y gracias a un instrumento : el cepillo que utilizo para peinarme. A medida que me peinaba hacia atrás, recogía los mechones que se me iban desprendiendo. El resultado final no era un bola de billar sino una frente demasiado despejada, estilo fraile. Reconozco que tras esta lúcida impresión en el retrete no me apetecía nada continuar con el cepillo en la mano y lo abandoné sobre la repisa. No tardé mucho en creer que este sueño no era profético sino transformador, bastaba con no peinarme para evitar la caída del cabello y de haber continuado por esta línea es posible que me hubiera crecido un sarmiento indestructible, del que nacerían después fornidos hijuelos de felpa, lianas como maromas y gigantescos helechos a modo de colofón. Pero no fue así. Será que la imaginación tiene un límite, aunque tanto misterio descorazona una barbaridad.
   Hace mucho leí en una revista que nuestro cerebro, mientras dormimos, se plantea soluciones a los problemas que surgen en nuestra vida cotidiana. Lo hace mecánicamente, igual que cuando estamos despiertos y analiza nuestros sueños. Al mío le resta por saber si el sueño de la alopecia es una metáfora que encierra algún mensaje secreto o por el contrario es literal, un presentimiento sencillo que ni con vitaminas se resuelve. En ambos casos da grima.

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