Otra verdad incómoda
Crónicas
© Sergio Plou
miércoles 21 de noviembre de 2007

  Tendría que recibir algún cursillo sobre cómo tratar a los chavales. Hablo en plural pero sólo tengo uno. Y por mi parte va a ser el único. Hace unos años tomé la decisión de pasar por el quirófano y acabar con mi furtura progenie. Un par de nudos por aquí, un par de tijeretazos por allá... No me esperaba que al tomar el camino de en medio me fueran a echar un rapapolvo. Se me tachó, por ejemplo, de egoísta. El calificativo no hizo mella en mi carácter pero me causó perplejidad. El egoísmo para mí es otra cosa, no sé lo qué pensará mi hijo al respecto. Tampoco sé lo que piensa en general de casi nada porque no soy adivino. No leo las mentes, sólo sé lo que me cuentan las personas y las personas de poca edad, como mi hijo, están a punto de dar el estirón. Comienzan a ser discretos con los afectos pero si se aburren no disimulan. Ésto es lo que yo veo en él, pero puedo equivocarme. Mis nulas condiciones para ejercer la paternidad - al menos de una manera convencional - son ya proverbiales, por lo tanto sería conveniente que me echaran un capote. Un capote moderno y sin prejuicios, en una línea menos conservadora. Para los que no somos chiquilleros también habrá un manual, ¿no?
  Intento mirarme en sus once años y veo que no los lleva mal. Saca buenas notas, es sociable y despierto, además pilla el cinismo ajeno con rapidez, lo que favorece unas conversaciones más chispeantes. Ahora, por lo visto, está ahorrando para comprarse un ordenador. No sé lo que opina su madre al respecto, aunque si está ahorrando es porque se lo permite. Ahora mismo yo podría permitirme el lujo de satisfacer esa demanda, pero tengo dudas. Educativamente hablando está bien que ahorre, así sabe lo que cuesta un peine. Una vez que lo tenga sería más práctico pagarle unas clases de informática. Así es la corriente que me empuja al apoyo y no a la resolución facilona de adquirirlo sin más. Para mi madre, sin embargo, el hecho de que su nieto mayor quiera un portátil económico le parece una locura. ¿No tienes miedo a que se pervierta? - me preguntó el otro día. ¿A que se pervierta? - repetí a sabiendas de por dónde iban los tiros sin embargo no pude evitar una carcajada. A mí me parece un tema muy serio, hijo - replicó mi madre.
  Le contesté que los ordenadores son máquinas y como tales carecen de sentimientos. Ya - reflexionó mi progenitora -, pero internet me parece muy peligroso. Yo no lo calificaría así - contesté -, no es más que una herramienta y como todas depende del uso que le des, ¿no te parece? Puede ser - masculló mi madre -, aunque es una responsabilidad muy grande para dejarla en manos de un niño... Un momento, un momento - la interrumpí en su discurso -. Siempre he supuesto que los padres enseñan el manejo de los instrumentos disponibles, ¿no? Que intentan no transmitir sus propios miedos en el grueso lote de los conocimientos, ¿es así? Cualquier manipulación que hagas sobre la bondad o la maldad de algo suele ser detectada por los hijos y con frecuencia adquieren éstos más curiosidad por lo que se prohibe que por lo que se fomenta... Lo que quieras, hijo - cortó mi madre -, ¿pero habéis pensado que podrá ver muchas guarradas? ¿Guarradas? Ya me entiendes. Me lo imagino, madre, pero es que no puedo andar con un pañuelo por la vida para irle tapando los ojos... Al otro lado del teléfono noté un carraspeo. Eso es muy cómodo, hijo - soltó por lo bajinis -, ya verás. Y yo la verdad es que no sé muy bien dónde me estoy metiendo, pero creo que hagas lo que hagas de alguna manera te equivocas. Los once años que yo viví no son los de mi hijo ni los de mi madre. Sus once años son solamente suyos. Tal vez no sea tan mayor como representa, pero tampoco lo es menos. Así que habrá que fiarse.

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