Pequeñeces
miércoles 21 de noviembre de 2007
© Sergio Plou
Artículos 2007

    Sólo hemos tardado un par de generaciones en volver al principio. Mis abuelos, cuando yo nací, reciclaban sus envases de vidrio. Y no eran unos adelantados a su tiempo, es que en su tiempo no había otra posibilidad. Los alemanes, sin embargo, por aquellos días de los años 60, estaban hartos de consumir alimentos envasados en todo tipo de plásticos y a modo de protesta devolvían los envases en el propio establecimiento. Los turistas que venían de vacaciones por aquí se hacían cruces con nuestros hábitos de miseria, pero rescataron de su olvido la devolución de los cascos de cristal, tan imprescindibles al comprar un litro de leche como la leche misma. De hecho se alarmaron mucho los alemanes cuando empezamos a quitar los tranvías y a reemplazarlos por autobuses, Europa estaba justo en el polo opuesto y tarde o temprano tendríamos que volver a colocar las vías sobre el asfalto. Ahora nos omos nada porque se vuelve en los trabajos al termo y la fiambrera mientras nosotros repartimos tazas. Nunca hubiera pensado que una taza fuera un objeto imprescindible, pero comparada con un vaso de plástico sin duda lo es. Hemos llegado tan lejos que los más insignificantes gestos de nuevo están a la última. El alcalde de Donosti - antes Sanse - está decidido a evitar el despilfarro antiecológico que representan los millares de vasos de plástico que el consistorio arroja a la basura, de modo que ha encargado tres mil quinientas tazas a repartir entre los funcionarios. Pero lo ideal sería que se las trajeran ellos de sus respectivas casas, ¿no? Si en las mesas te tropiezas con un bol de Bambi, la oficina gana de inmediato varios enteros. No digo ya si hablamos de una jarra del Diablo de Tasmania o incluso de South Park, que nos regalaría una jugosa información sobre el carácter de los sujetos que puedan atendernos. Una taza propia ofrecería una imagen institucional al borde mismo de las pantuflas, en algunos casos con un plus delicadamente hogareño, de cocina familiar. En cambio se ha optado por el impersonal concurso público y la taza en cuestión, alejada de cualquier exceso en el diseño, es ahora una réplica simplona de las que puedes encontrar a cientos en cualquier cafetería. Una pena, en fin. Pero como no hay mal que por bien no venga, para abandonar el ordenador y estirar un rato los jamones, los funcionarios vascos desde ahora no sólo tienen excusa de ir a tomarse un café, es que después habrá que fregar la taza. Si la taza es del ayuntamiento hay que cuidarla como si fuera un bien inventariable. Al lado del tampón de caucho, la pantalla y los bolígrafos figura desde hoy por derecho propio un recipiente anodino, elevando así al título de herramienta una simple taza de café. Supongo que hablamos de café sostenible y solidario, ¿no? Sería un absurdo que ahorrando el petróleo que cuesta fabricar un vaso de plástico y el dineral de reciclar el envase, al final lo estuviera pagando el pobre labriego de Centroamérica. Ya es suficiente con que al lado del "vuelva usted mañana", pueda escribirse algún día sin ninguna vergüenza: "que aquí le esperamos tomando un café". Porque si Larra levantara la cabeza, él mismo se la volaría de una carcajada.

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