Pleonasmo
Crónicas
© Sergio Plou
viernes 22 de febrero de 2008

    Lo reconozco, yo mismo me envié como un corderito al matadero y desconozco ahora por qué tengo esta triste impresión. Supongo que no es plato de gusto terminar en la sexóloga. Asumir que te has quedado sin iniciativa, igual que un melón de huerta o una almeja macha, lo mismo que uno de los fósiles de Eduard Punset, resulta desagradable. Punset, para comprender la pequeñez de su existencia y recibir una buena dosis de humildad, antes de salir de casa soba a diario un ejemplar de varios miles de millones de años de existencia. Entiendo que darle un repaso a un fósil tranquiliza la vanidad, pero la iniciativa de un trilobites depende completamente de su coleccionista. Yo no tengo fósiles pero guardo unos cuantos pedruscos y los manoseo de vez en cuando, aunque con desigual fortuna. Entre otras razones porque a los tímidos nos cuesta ser modestos, observamos el recato como si se tratara de una redundancia. Somos en exceso conscientes de que si caemos en tautologías corremos el riesgo de convertirnos en quebradizos objetos de cristal. Y como no me veía arrastrándome por el suelo y agarrando de los tobillos a la sexóloga, suplicando en un mar de lágrimas que hiciera el favor de extraerme con unas pinzas el bulbo raquídeo, le metiera un buen centrifugado y lo colgara del tendedero con unas pinzas al sol - a ver si se fosilizaba y me dejaba en paz - , decidí hacer un sobresfuerzo y olvidé totalmente mis escasos conocimientos sobre psicología, asunto que me resultó harto sencillo.
    Por eso reconozco que me envié yo mismo como un corderito al matadero. O para dejarlo más claro, que regalé mi subconsciente a la Sexología para que hiciera un picadillo para las acelgas. Al fin y al cabo era lo que había venido a buscar, ¿o no? Con la esperanza de una repentina curación me atreví a preguntarle después si era grave el asunto, como si no lo supiera. De no verlo chungo ¿para qué hubiera ido? Supongo que esperaba de ella una frase caritativa, al estilo de "no te preocupes majete, que no es para tanto". Y así fue. No recuerdo exactamente sus palabras, pero que le quitara gravedad al problema me dejó a la altura de un fósil. No me hubiera extrañado aparecer cubierto de ámbar y bajo la lupa de un paleontólogo. Y no lo digo por la edad, sino por el concepto de masa inerte, de nula aceleración, de iniciativa cero que roe las entrañas de mi disco duro. Es lo más hermoso que tiene el bloqueo emocional: te encumbra al génesis de la vida. Te petrifica. Mi primera cita con la sexóloga culminó mi marchitación personal mediante el consabido test del árbol, gracias al cual tuve la oportunidad de derrochar inocencia a manos llenas. Comprendí de pronto que mi padre, cuando era pequeño, me dijera que yo tenía salidas de bombero. Nunca me anunció cómo eran mis entradas. Los bomberos siempre me han parecido arriesgados y valientes, nunca tontos del haba.
    Desde la perspectiva de la candidez es lógico que te alejes de las llamas, lo raro es que te metas de bruces en el sarao. Y dibujando un arbolito digno de recibir un marco acabas metiendo la pierna hasta el corvejón. La sinceridad tiene el incoveniente de no resultar agradable, ni siquiera para uno mismo. ¿Podría esperar un semana hasta hallar la respuesta en la próxima consulta? Por si acaso me equivocaba, y gracias a este tipo de amistades que se quedan atónitas después de oír las nulas explicaciones que ofreces, no resistí la tentación de buscar en internet una aclaración congruente y choqué con lo que esperaba encontrarme: la más pura desconstrucción. Fue como salir de dentro: un verdadero pleonasmo. Ahora me veo exactamente donde quería estar, aunque no pensaba que sentirse desprotegido me hiciera sudar la gota gorda. El número y grosor de las defensas que bloquean la entrada a nosotros mismos es en verdad noqueante. Una vez franqueada la muralla que nos impide acceder a lo más hondo de nuestros sentimientos siempre encontramos el niño que llevamos en nuestro interior y es nuestro deber ayudarle a crecer sin que se deteriore su esencia. Resulta gratificante pero también doloroso. Confío que la sexóloga en la que he depositado mi confianza sea lo suficientemente cruel y sensible para socorrerme de este bloqueo estúpido. Y no de una manera momentánea, sino permanente.

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