Poesía en movimiento
martes 8 de enero de 2008
© Sergio Plou
Artículos 2008

    Si se tiene cierta tendencia a lo mágico cualquier suceso que se observa entra en la saca de lo imposible y se crea fácilmente una óptica de ensueño. Un abuelo caminando con dos gayatas bajo la lluvia, por ejemplo, no es solamente un anciano luchando contra la llovizna sino que se desenvuelve el hombre en un espacio repleto de historia. En su mundo se desarrollan titánicas peleas contra sus propios músculos y articulaciones, lo microscópico adquiere así rango de epopeya y la dimensión temporal es tan densa para él que los minutos se le antojan horas, las horas días y los días semanas de lucha por la supervivencia. El entorno es tan hostil dentro del cerebro de este viejo con cuatro patas, más preocupado en saber dónde pisa y si lo hace en falso que por el qué dirán, que los cien metros que distan de su casa al kiosko o la panadería son un espacio infinito y sublime, un territorio inmenso donde se pierde la banda sonora del presente. La vida no se mide exclusivamente en fusas y semifusas, en el estrés de los negocios y de la juventud, sino también en largas redondas musicales. Aparece ante nuestros ojos no sólo un abuelo sino la eternidad en movimiento. La frialdad humana de las ciudades, con su ajetreo y su trajín cotidiano, nos impide prestar atención a la poesía que envuelve a las personas en papel de regalo. En raras ocasiones, sin embargo, lo que ocurre es tan raro, tan incomprensible para el asfalto y los coches, que no hace falta ser un niño para darse cuenta de la magia que aporta al inconsciente colectivo la aparición de un flamante caballo blanco - sin jinete en su montura, con las bridas al viento y galopando en dirección contraria a los vehículos por el centro mismo de Zaragoza -, que las personas que tienen la oportunidad de asistir a semejante ilusión sencillamente lloran, ríen, abren la boca sin emitir sonidos ni palabras. O sencillamente, como el viejo de las gayatas, de pronto detienen el paso en la avenida de Cesáreo Alierta deslumbrados por la alucinación. Atónitos y perplejos, frente a una realidad sorprendente.

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