El Cuaderno de Sergio Plou

      

martes 12 de noviembre de 2013

Radicales libres




  Como el Banco Central Europeo prohíbe devaluar la moneda, que para eso es suya, en los países del Mediterráneo han optado los jefes por dejar caer a las personas. Ya sabíamos que los billetes de banco eran más sensibles que los seres humanos, por eso los fabrican de papel, un soporte al que hay que cuidar con esmero para que no se deteriore. Qué tiempos aquellos cuando el dinero era de oro o de plata, y el tendero le hincaba el diente comprobando así su autenticidad. Ahora es un alto ejecutivo de cualquier multinacional el que nos hinca el diente a nosotros y nunca estamos a su gusto, por eso dice que somos unos falsos y que hay que devaluarnos rápidamente.

    Según el Fondo Monetario Internacional, que en estos asuntos goza de sobrada experiencia, la forma más eficaz de arruinar a un individuo es venderle un arma o dejar que se muera, ya sea de hambre o por alguna infección. Todo depende de su capacidad de endeudamiento, o lo que es lo mismo, de su techo de humillación. Si ya no hay ninguno, como en África, pues allá te las compongas. Aquí todavía se nos permite una muerte a cámara lenta y en incómodos plazos, eso sí, pero en absoluta tontuna, a cambio debemos tragar con primor lo que nos vayan echando. Mientras nos decidimos empiezan recortando la educación y la sanidad, impidiendo el acceso universal a los libros en la escuela y a las medicinas en las farmacias. Desde ahora conviene tener una nómina para satisfacer estas necesidades o dejarse llevar por la caridad, que es muy caprichosa. Los dependientes, esa gente que por desgracia no puede ingeniárselas sin la ayuda de un semejante, han quedado a la deriva y condenados a su suerte. Tendrán desde ahora que pedir un milagro a los profesionales de lo sobrenatural, a los curas, videntes y chamanes o a sus respectivas sociedades, dando así un sentido a los miles de millones anuales que les regalamos a fondo perdido.

    Los que establecen semejantes directrices levantan sus fortunas sobre la miseria ajena. Ven la vida como una sucesión de pelotazos (oportunidades, las llaman ahora) y siguen a pies juntillas su propio guión, su propio protocolo y su miserable hoja de ruta. Todos los que no estén de acuerdo con su sistema quedan al margen de la legalidad, una situación de eterna sospecha a la que se llega rebajando derechos y libertades y depreciando conceptos. De este modo el listón de lo que es normal se eleva cada día más sobre nuestras cabezas. Hace unos años, por ejemplo, se consideraba radicales a los participantes en una kale borroka, pero ahora se ha extendido dicha acepción a los que no aplaudan lo ultra, lo neocon, lo liberal. A los que no guarden el respeto y la compostura impuesta en los actos públicos, lo mismo da una audiencia real que un pleno parlamentario. A los sujetos que desentonan en el estúpido paisaje del libre mercado, que no es precisamente libre ni tampoco un mercado, se les arrincona en los territorios de la marginalidad. Aunque sean diputados como el de la fotografía superior, que amenzó el otro día con una sandalia al antiguo jefe del Fondo Monetario Internacional, el señor Rato.

    El tal Rato, exministro del partido en el gobierno, expresidente de Bankia y actualmente consejero del Banco de Santander, merece por lo visto un respeto superior al que demostró este sujeto con los contribuyentes primero y con sus clientes después. Es un miembro de la casta, un intocable, y como tal lo defiende hoy una editorial de El País. Resulta extraño que un diputado del parlamento catalán se revuelva con mayor o menor gracia contra tan poderoso personaje, al que llamó mafioso y gánster a la cara. Pero la inviolabilidad de los representantes electos permite de vez en cuando que se oigan algunas voces discrepantes en las instituciones públicas y que no vivamos en un marasmo perfecto de rapiña e impunidad. Por desgracia son casos aislados, sometidos al buen vivir y al mejor yantar de los jefes, perdidos en los pasillos de la burocracia, que sin embargo y contra todo pronóstico todavía mantienen la cordura. A mí este tipo de personas no me parecen radicales sino más bien posibilistas, especies que deberían de estar protegidas porque se encuentran al borde de la extinción. Raro es el político que se sobra de estas maneras contra un individuo de la peor calaña. Lo corriente es que lo aplaudan. El fascinante chapapote neoliberal abarca ya casi todo el espectro político y el ultracentrismo campa a sus anchas de tal modo que la menor discrepancia entra de lleno en la radicalidad.