Soñé que soñaba
lunes 1 de junio de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Lo cruel de los concursos comienza realmente cuando terminan. Acabas por comprender que los supervivientes también mueren y que los éxitos más sonoros del año terminan en el psiquiátrico. El caso de Susan Boyle es paradigmático. Una mujer en paro y al filo de los cincuenta, acribillada por los columnistas televisivos por sus irresistibles encantos físicos, llega a las finales del programa Talentos Británicos, donde es destronada por un grupo de bailarines. Llamó en exceso la atención esta señora escocesa, velluda y regordeta, atreviéndose a cantar «I dreamed a dream», una pieza de Los Miserables, canción que emocionalmente le sentaba como un guante y que, derrochando facultades vocales, logró imponerse y levantar de sus butacas a un público de lágrima fácil y aplauso delirante. Desde Operación Triunfo no se había visto nada igual en la caja lela. Está claro que a la peña le encanta asistir al patito feo, darle ánimos y elevarlo a los altares del éxito. Es el mito del sueño americano. Ver cómo los perdedores se levantan magullados de la lona, resucitan y alcanzan el éxtasis, no sólo produce estupor, sino que añade un gramo de esperanza a millones de mediocres que sienten, por un segundo, que si se esfuerzan y compiten tarde o temprano obtendrán lo que se merecen. Al oír la fantástica voz de Susan Boyle inundando el plató se olvida rápidamente que no es nadie, se advierte en seguida que, pese a no responder a los cánones de belleza que marcan la delgadez y la juventud de la época actual, su voz obtiene unos registros tan delicados que pone los pelos de punta. La gente sólo se fija en el envoltorio y a menudo se olvida de que existen más habiliidades humanas que el hecho de gozar de unas buenas cachas, por eso resulta tan sencillo darnos gato por liebre. Lo más lamentable ocurre cuando se utiliza el fracaso ajeno en beneficio propio, tarea donde los productores de televisión son unos auténticos hachas. Expertos en la generación de falsas expectativas, la excusa de ofrecer una oportunidad a los talentos escondidos permite encontrar el fabuloso chorro de voz de Susan Boyle, encumbrarlo en el espejo de las pantallas planas —donde todo el mundo se mira— y dejarlo caer de nuevo sin el menor problema de conciencia al pozo de donde salió. O incluso más hondo, ya que la circunstancia de sentirse una campeona en ciernes y quedarse en el umbral, para las almas más sensibles puede ser la puntilla. Negociar con los sentimientos ajenos rentabiliza la publicidad de tal modo que llegar al psiquiátrico por haber perdido en un concurso puede ser todavía más interesante que forrarse al triunfar. A Susan Boyle le hace falta un asesor de imagen, alguien que termine por sacar partido a su sueño y la ponga en órbita. Desconozco si terminará en un gimnasio, como la Rosa de los triunfitos, o cantando ópera. No sé si superará algún día el impacto de la fama que produce la televisión pero un fracaso bien administrado todavía puede dar pasta a los que viven de la virtud y la desgracia ajenas.

Articulos
Primeras Publicaciones 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 — 2001 2007 2008 2009 2010 2011        
Cronicas Críticas Literarias Relatos Las Malas Influencias Sobre la Marcha La Bohemia La Flecha del Tiempo