Soy feliz siendo princesa
Crónicas
© Sergio Plou
jueves 7 de agosto de 2008

     A estas alturas ya se habrán enterado por la caja boba, y el resto de los medios de comunicación, que sus altezas los principitos están en Pekín jaleando a los deportistas de elite peninsulares. Es triste y lamentable que los sucesores directos de la Casa Real española se hagan la foto en China como si nada ocurriese en el Tibet o en Xinjiang, o sencillamente en cualquier calle del gran imperio capito-comunista, pero su presencia allí deja la puerta abierta a que los miembros del Gobierno de Zapatero o los propios Reyes no tengan el menor problema ético después en aparecerse por la Gran Muralla o la plaza de Tiananmen cuando les venga en gana. Abierta la caja de los truenos ya puede diluviar. La tradicional campechanía de los monarcas hispanos, bien digerida por su heredero al trono, permite que la justicia de la Audiencia Nacional abra el caso por crímenes de lesa humanidad contra siete jerarcas chinos —el ministro de Defensa, Lian Guanglie; el ministro de Seguridad del Estado, Geng Huichang; el secretario del Partido Comunista Chino en la región autónoma del Tíbet, Zhang Qingli, y el miembro del Politburó en Pekín Wang Lequan, entre los más destacados —y por el mismo precio acudan los príncipes a la cita de los Juegos Olímpicos tan rícamente. Si era vergonzante la actitud del Ministro de Asuntos Exteriores, el señor Moratinos, que intentaba por todos los medios rebajar tensiones con el gobierno de Pekín, acabó por rematar la faena la Vicepresidenta Fernández de la Vega, buscando de cualquier modo contemporizar con los asiáticos para que no se suban a la parra. La economía internacional sigue siendo más importante que los doscientos muertos, alrededor de un millar de heridos graves y casi seis mil desaparecidos tibetanos. Y las Olimpiadas son, aparte de un negocio mondo y lirondo, un espectáculo que no están dispuestos a perderse nuestras altezas porque cuatro desgarramantas y un juez que se va del bolo pretendan aguarles la fiesta. Así que se han plantado en Pekín y ahí se las den todas. El Príncipe, clamando tonterías como el ya clásico «¡a por ellos!» y la Princesa, preguntada por si no iba a echar en falta su labor periodística en un evento de semejante altura, diciendo la memez —también muy clásica— de que«es muy feliz siendo princesa». No me extraña que la Red de Municipios por la III República haya propuesto hoy en el Congreso de Diputados recortar el presupuesto de la Casa Real en tres millones de euros al año.
     Según fuentes de la citada red, la partida de los presupuestos generales correspondiente a 2008 asignada a la Corona es de más de ocho millones y medio de euros, a los que hay que sumar otros seis en concepto de apoyo a la gestión administrativa de la jefatura del Estado y los gastos de desplazamiento, lo que hace un total de veinticinco kilazos. Todo este pastizal es relativo, por supuesto, ya que las cuentas reales y sus negocios son opacos.Comprendo que doña Letizia se sienta muy feliz siendo princesa, viajando alegremente de un sitio a otro y viviendo en una absoluta ficción. Dudo mucho que la red de municipios republicanos consiga que la amplia y vasta Familia Real española, que se reproduce lo mismo que las familias católicas en las películas de los Monthy Piton, vea recortados un ápice sus consignaciones y regalías. Ni siquiera, como dice el coordinador de la red, que se fijen salarios a sus habilidades, pues son ellos los que administran en bruto el capital concedido. De todas formas se les tendría que alabar el gesto a estos alcaldes y concejales tan rebeldes. Máxime cuando estamos en medio de una crisis económica y se calcula que alrededor de noventa mil familias han recibido ya órdenes de embargo sobre sus domicilios ante la imposibilidad de abonar sus hipotecas. Con más de dos millones y medio de desempleados, que la Casa Real goce de un parque automovilístico de casí sesenta vehículos blindados es una barbaridad. No se cuentan yates ni palacios. La alegoría del Patrimonio Nacional permite que entre todos mantengamos edificios enteros en perfectas condiciones para que luego los utilice la Monarquía durante unas semanas. Así que hay que tener mucho cuidado con las declaraciones que se hacen al buen tuntún, da igual que se suelten frente al micrófono de un periodista común y corriente que en la mesa de los dignatarios latinoamericanos. Una institución tan atípica como la realeza debe cuidar en exceso sus formas si no quiere pasar por frívola o imprudente. El síndrome de Cenicienta resulta un capricho muy discutible para una exprofesional de los telediarios y tampoco el sucesor a la corona es un mozalbete al que le haya tocado en un concurso viajar a las Olimpiadas. El populismo y la popularidad describen dos líneas muy finas pero muy diferentes de comportamiento mediático, y la Monarquía Española, tal es su comportamiento, en ciertas ocasiones no alcanza muy bien a comprender cuál es su lugar y dónde está su sitio. Si maniobran bajo el paraguas y beneplácito del Gobierno, como cabría esperar, el resultado final de sus hazañas no podría ser más deprimente y en ese caso la red de los municipios más díscolos tendría que solicitar al Congreso también que se rebajara los sueldos de los gobernantes. Porque seguramente ellos se sentirán igual de encantados que doña Letizia de haberse conocido.

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