El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 15 de febrero de 2013

Una vida fragmentada




  Igual pertenecen a un asteroide que a una lista de números o a una conversación. No tenemos acceso al conjunto, tan sólo a los fragmentos, por eso nos pasamos la vida pegando secuencias con la esperanza de resolver el rompecabezas. Del mismo modo que las tapas son fragmentos de un plato, el plato a su vez es parte de la comida y la comida es una porción de la ingesta diaria, cuyas calorías permiten a la gente continuar en este mundo. A los que sobreviven, tal vez como premio a su constancia, les llueven del cielo fragmentos de un meteorito, múltiples pedazos quizá de un asteoride más grande que rozará esta noche la Tierra. Como si sus habitantes no sufrieran bastante esquivando guerras o buscándose las lentejas, apilan también por el suelo los trozos de otros mundos confundiéndolos con el suyo. Ya nos pasa con los olores. El olor de cada uno se desdibuja con el perfume que nos echamos por encima hasta crear una mezcla, la cual se difumina después en el ascensor o en la escalera formando parte del ambiente que nos rodea. ¿A qué huele el conjunto? Salvo que se nos apodere un tufo espectacular, como el que proyecta la industria papelera en la ciudad donde resido (y aún con todo se pervierte en matices que van desde la coliflor a los huevos podridos), es complejo definir el perfume final.

  El olor, como el paisaje humano, es cambiante y se bifurca por la esquinas de las calles personalizando manzanas, barrios y distritos, no te digo ya a lo que huelen los pueblos, cuyos alcaldes y concejales están que echan las muelas gracias al ministro Montoro. Los ministros, incluso los que gozan de una sonrisa de hiena, tampoco escapan a la fragmentación. Lo quiera o no, Montoro depende de los pequeños fragmentos, al menos de los que disuelve su propio estómago generándole acidez. Vino a decir el ministro, corroyendo el micrófono con su halitosis, que el 82% de los concejales trabajarán a partir de ahora de balde. Le preguntó un periodista que de cuántos concejales estaba hablando y respondió el ministro que no lo sabía. De modo que el ministro, el periodista e incluso el 82% de los concejales de los pueblos de la península viven ahora sumidos en la más profunda de las fragmentaciones. Resulta extraño que un porcentaje tan preciso esconda una indeterminación tan absurda. No sólo de personas sino también de servicios públicos que, tras el último consejo de ministros, y para que puedan ser devorados en sucesivas privatizaciones, corren el grave riesgo de fragmentarse.

  Revolviendo en los montones de vestidos que esparcen los mercaderes por el suelo del rastro esperamos encontrar una prenda que nos guste, pero si hubiéramos de calzárnoslas todas al mismo tiempo, ¿cuál sería el esperpento? Las prendas sueltas que guardamos en el armario están condenadas a formar un puzle, no sólo de trapos sino de elecciones, gracias a las cuales nos vestimos un día de una manera determinada y nos desnudamos a la inversa cuando termina la jornada. El día que empieza y el que acaba están regados de segundos, minutos y horas, que a su vez conforman meses y años, procurándonos si hay fortuna una existencia tan longeva que jamás seremos capaces de abarcarla. Será por causa de la fragmentación, que impide hacernos una idea general de cómo se corta el paño.Aún así no me explico para qué se estrenan todos los años un montón de películas de ciencia ficción sobre desgracias y hecatombes si a la hora de la verdad, cuando llueven cascotes ardiendo y cubre el cielo la estela de un meteorito, los jefes no gastan un cochino misil en interceptarlos. No sale un avión, ni tiran un cañonazo. Pero luego se atreven a decir socarronamente que la humanidad es más vulnerable que la economía. ¿Acaso no es la economía tan predecible como un fenómeno natural?

  Es lógico que tras el ruido de sobres y los papeles de Bárcenas se esconda el propio Bárcenas, que es humano. Tan humano que se ha largado a esquiar a Vancouver, en Canadá, durante una semana entera. Supongo que un hombre así, con veintidós millones en Suiza, tiene la conciencia tranquila y no como los demás, que la tenemos muy fragmentada. Para recomponer los retazos más ridículos se requiere cierta astucia profesional, gente con pericia, que lo mismo te arregla el cerebro que te lee los labios o escucha a distancia. Mientras los detectives a sueldo esconden dispositivos en los floreros, escarban en las basuras de la gente guapa y fotografían con teleobjetivos cada movimiento sospechoso, la realidad de la gente mundana no soporta la presión ni la vergüenza y se lanzan por el balcón, haciendo añicos su vida y fragmentando al mismo tiempo el adoquín. Y lo que es más grave, sin que nada se resuelva.