Varita mágica
viernes 9 de octubre de 2009
© Sergio Plou
Artículos 2009

    Ya se habrán enterado de que al presidente de los Estados Unidos le acaban de regalar el premio nobel de la paz. No por méritos propios, es de entender, sino para que vaya haciendo algo al respecto. La gente está encantada porque nunca ha conseguido una persona ser tan popular sin tener que dar un palo al agua. Hay miles de almas cándidas en el planeta que a diario se dejan la piel luchando —por ejemplo— a favor de los derechos humanos y en contra de las enfermedades y el hambre. Las causas que defienden se evaporan tras un montón de noticias que, en comparación, podrían calificarse de idiotas. Sin embargo, la esperanza que provoca la llegada de un hombre de color a la más grande de las poltronas origina tal expectación que sin llevar un año gobernando se le otorga el máximo de los galardones. ¡Qué suerte!
    Es cierto que el premio en cuestión está muy devaluado, pero en lugar de abrillantarlo un poco los nórdicos se empeñan en quitarle lustre através de los años. Dudo que un presidente de gobierno como el norteamericano necesite a estas alturas un empujoncito, ni siquiera para conseguir la paz entre los palestinos y los israelíes, ya se encargan los lobbys de mantener a raya toda esperanza. Incluso comprendo que los yanquis necesiten una compensación en su imagen pública tras perder los juegos olímpicos, pero me parece una sobrada. Sería menos escandaloso crear el premio nobel de la guerra que darle la vuelta al calcetín para que parezca otra cosa. Los Estados Unidos siguen en Irak y también en Afganistán, todavía no se ha desmantelado Guantánamo. De hecho hay más guantánamos cerca de Kabul y aún más denigrantes y los americanos no tienen ni repajolera idea de cómo ni cuándo los van a desmontar. El simple esfuerzo de pregonar que están en el ajo tal vez merezca un aplauso, pero es triste asistir a este peloteo mundial, que carece de crítica y sobre todo de fundamento. Hacer la ola constantemente al señor Obama terminará un día llevando a los comensales a jalearle los gases que suelte en cualquier comilona. Si ya de por sí es peligroso depositar tantas esperanzas en un sólo sujeto, todavía parece más ridículo otorgarle cierto poder moral sobre sus semejantes, so pena de abocarlo a morir de éxito en el empeño.
    Por la misma regla de tres podrían darle igualmente el premio nobel de medicina, para ver si logra en su país que los ciudadanos gocen de una asistencia sanitaria gratuita. O el premio nobel de astronomía, para que empuje a la NASA y envíen un cohete tripulado hacia Marte. Dar un premio a priori es como regalar un moto a un escolar para ver si aprueba el año que viene. Tiene su encanto, pero es tan surrealista que produce perplejidad. ¿No sería mejor invertarse un premio nobel —patrocinado, si quieren, por Red Bull o Coca Cola— que actuase como vigorizante o que sirviera de estímulo? Supongo que no les daría la misma marcha, pero guardaría al menos cierta proporción. Ahora que se sortean los honoris causa entre los mandames del planeta y que las universidades se pelean entre ellas para regalar las togas a famosos de toda laya, los tribunales que otorgan premios, diplomas, medallas y condecoraciones tendrían que comprender que la reputación se alcanza con otra vara de medir.

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