Yoctosegundos
miércoles 21 de diciembre de 2011
Sergio Plou

   No cabe la amargura porque tampoco albergo la menor esperanza, es una cuestión de principios. De sobras sé que en el fondo se trata de una cuestión de finales, pero enseguida te acostumbras a la traducción simultánea. Nadie va por el mundo con una biblia o con una constitución bajo el brazo, entre otras razones porque son un peso muerto. En el dudoso supuesto de necesitar para su estudio alguno de estos volúmenes, se transporta su contenido mediante un dispositivo de almacenamiento digital. También puedes descargarlos de la red, gracias a que alguien los colgó en una nube. Otra cosa es que pretendamos utilizar los libros como decoración, a modo de complemento.

  Reconozco que queda raro poner la mano sobre un lápiz óptico y jurar después solemnemente que, a partir de ahora, no vivirás por encima de tus posibilidades, lo he comprobado en el espejo del cuarto de baño y la verdad es que no produce el mismo efecto que hacerlo sobre el María Moliner o el diccionario de la Real Academia. No voy a caer en la simpleza de comentar que el tamaño importa, soy consciente del impacto de los aguinaldos (si todavía existen) en los afortunados que los reciben. De cualquier manera, poner la mano encima de un disco o de un «pendraif» no es igual que colocarla sobre un documento, se echa en falta la textura. Puedes decir las palabras mágicas en arameo, pero resulta imposible saber si estás jurando sobre la tecnología punta o sobre cualquiera de los archivos que guardas en ella. Además, los testigos no pueden dar fe del asunto, así que lo más lógico sería abrir el texto en un monitor, circunstancia que complica nuevamente el panorama de la logística.

  En situaciones comprometidas se procede a multiplicar el número de unidades esparciéndolas adecuadamente. Los pianos son un ejemplo. Para dar un recital no hay que traerse el piano de casa, la sala de conciertos tiene uno permanente. Le pasan un trapo, se afina el instrumento y adelante con los faroles. Con las biblias y constituciones pasa lo mismo, sorprendería no encontrarlos en las bibliotecas. Lo incomprensible es que tengan un sitio en las salas de juramentos. ¿Acaso no sería más efectivo y menos hipócrita jurar sobre la dieta Dukan? Además, parece que no basta con las biblias y las constituciones que siempre las acompaña un crucifijo... Si se pretende amortizar la inversión, cabría esperar que los pianos se hubiesen convertido ya en objetos de culto, igual que las grúas o los ladrillos, los teclados y los ratones, lo mismo que un microondas o una televisión, por eso se antoja extraño que los jefes utilicen un par de libros en concreto para desarrollar otra actividad que no sea la de leerlos. Será una cuestión de principios (o de finales), incluso una forma de reciclaje, pero siempre me he preguntado por qué no dispone el ujier para estos menesteres de un mono —en recuerdo de Darwin— o simplemente de una jaula, aunque sea la de Faraday.

  Tampoco entiendo la manía de optar por la grandeza, precisamente ahora que en la búsqueda de lo más pequeño se invierten miles de millones. Podría jurarse cualquier cargo delante de miniaturas. O puestos a derrochar, presentarse en Suiza y arrodillarse ante el gran colisionador de hadrones. Lo de la biblia y el crucifijo está pasadísimo de moda. Más aún que nombrar como ministro de economía al antiguo jefe de Lehman Brothers o convertir en ministro de defensa a un vendedor de bombas de racimo. La redundancia hace daño a la vista. El tiempo se mide ahora en billonésimas de segundo, en instantes inapreciables para el ojo humano, de modo que Mariano tendría que hacérselo mirar o cuando menos actualizarse. De lo contrario resultará más obsceno de lo que es. Y ya es mucho.

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